El país es cada ciudadano

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 


El país es cada ciudadano 

"La sensación de cese y de quiebre es tan palpable entre nosotros, que lo único que la podría ilustrar con cierta claridad es la hipotética imagen del día siguiente a un cataclismo, cuando la gente se percata, no sin estupefacción ni horror, de lo perdido..."

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ANCIANIDAD

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

ANCIANIDAD 


Te canto por amor 
y no por miedo, 
el hombre  
                       (siempre 
al acecho y aguardando. 

Buscas en la soledad 
del  
                      (aposento 
las cuitas de los amores, 
y tristezas 
que 
                             (el paso 
Por el mundo 
te fueron dejando  
sin otros recuerdos 
de este ayer 
                      (que corroe 
Los años. 

ANCIANIDAD  
                       (eterna 
Conquista del mundo 
para no todos 
los hombres. 
 




Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).




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ALEGRÍA ESPECTRAL

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

ALEGRÍA ESPECTRAL 


Te veo sonriente 
y me duele 
                  (tanto, 
No sé cuándo se 
borrará   
la luz de tu 
rostro.                

Interno mis dudas 
en los bolsillos 
del 
                  (pantalón 
Descosido y sucio. 

Te acompaño 
en tu alegría, 
y te hago 
                (coros, 
Para aclararme a mí 
mismo el desconsuelo 
y ese  
                     (pesimismo 
Que tanto nos daña. 

No tiene por qué ser 
todo gris, 
                      (la luz 
Penetra  
                      (invasora 
El espesor de 
nuestra noche. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).




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BARRIO

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

BARRIO 


Paseo expectante 
los caminos 
oscuros 
que me llevan 
                   (a ti. 
                   
Exhalo el vaho 
estertor 
del miedo 
adrenérgico 
cuando te nombran. 

Cuchillos 
               (filosos 
Te recuerdan tanto, 
que me hundo en la 
cama silente 
pero 
                 (noctámbulo. 

A lo lejos ladró 
                    (el perro, 
De la agonía severa 
de tus hombres 
y mujeres  
                    (de papel 
Implorando clemencia 
y justicia frente 
al altar de una 
muerte segura... 
y tonta. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).




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En el tintero Volumen I

 

En el tintero Volumen I 

Por: Ricardo Gil Otaiza

En el tintero Volumen I (Artículos y Ensayos, 2004). Ediciones del rectorado de la ULA, 459 páginas.

Reseña de la contraportadaComo en una gran fiesta discursiva, en estos volúmenes que nos entrega Ricardo Gil Otaiza, encontramos diversidad de textos que nos llevan a indagar en las profundidades de una cotidianidad que muchas veces desborda los sentidos, y nos coloca ante la perplejidad y deleite de lo francamente inverosímil, o de lo estoicamente verdadero. De la mano del ensayo, de la crónica, del cuento, o de la parodia, el autor se interna en el inconsciente colectivo, para intentar –¿en vano?– dar respuesta a sus propias interrogantes existenciales, y así acompañarnos en el complejo viaje vital a través de la irreverencia de la palabra.

En el tintero constituye una suerte de vitrina, cuya intención no se queda solo en el mero análisis intelectual de un fenómeno social, sino que busca explorar en su génesis para captar en toda su magnitud la naturaleza de lo contado. En estos escritos (algunos de ellos con más de diez años de data) el autor parte de lo sencillo y de lo trivial –con a inocultable esperanza de alcanzar lo universal–, dejando muy sentado que cada página, cada texto, cada entrega, es de por sí toda una aventura personal, intelectual y literaria, que lo empuja semana a semana a continuar indagando en el complejo mundo de las formas, y hasta de lo intangible.


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El jardín de los frailes

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 


El jardín de los frailes 

"El jardín de los frailes es una obra en la que el autor contrasta las remembranzas del joven díscolo que fue, aunque lleno de sueños e ilusiones, y la visión del hombre maduro que se sienta a escribir con una importante experiencia personal..."

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ESPEJISMOS

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

CADENCIA 


Me asomo con 
precaución a la 
marea cósmica 
                       (y fulminante 
De tu cabello azabache. 

Con finos destellos 
                       (brillo 
Durante la noche y 
cabalgo tu cuerpo 
                        (sediento 
De otro. 

Me digo perplejo 
que aquello es 
                        (mentira 
Siniestra de los 
atrofiados sentidos 
al calor de 
La pasión. 

Exhausto rompo 
el espejo que te 
muestra como a una 
                          (diosa, 
Me entrego de nuevo 
a la noche 
                          (árida 
en el desierto 
de la soledad. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).




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CADENCIA

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

CADENCIA 


Caminar sin 
rumbo fijo con la 
                (cadencia, 
de un loco 
de vida incierta. 

Reír sin motivo 
                 (alguno, 
De esperanza 
por el venir. 

Ahogarse sin 
                    (prisa, 
En aguas cristalinas 
de peces 
                      (muertos. 

Llegar a la orilla 
                      (remando, 
Con bote 
              (ajeno, 
Y pases 
de cortesía. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).




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JUGUEMOS A LA VIDA

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

JUGUEMOS A LA VIDA 


Juguemos a la vida, 
en este mar inmenso 
de 
                       (mentiras. 

Horizontes lejanos, 
nos adversan, 
en este 
                     (nuestro 
Eterno recorrido. 

Blancas imágenes 
                      (navegan 
En barcas de ilusión, 
en las cuales habitan 
                       (impertérritos 
pájaros vacíos 
                        (de horror. 

Vivir 
es buscar 
                         (afanosos 
el fin 
                      (último: 
La meta, donde no hay 
jamás un ganador. 


Juguemos a vivir... 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).




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EL CHAMÁN

 

EL CHAMÁN 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

El autobús avanzaba zigzagueante sorteando la colina. A través de las ventanas se podía percibir un inmenso claro de luna que iluminaba con fuerza los verdes peñascos. A medida que avanzaba, el frío se colaba haciendo tiritar a los viajeros, quienes con esfuerzo —y casi adormilados— sacaban de sus maletines cobijas y chamarras para protegerse del viento helado que llegaba desde la montaña. De vez en cuando el desvencijado armatoste perdía fuerza por lo abrupto del camino, pero seguía su marcha con renovados bríos de viejo vergonzante. La noche se iba internando entre los bosques, asaltando con sus sombras el lento y quejumbroso paso del autobús, que impertérrito proseguía sin desfallecer hasta su destino. 

En uno de los puestos intermedios estaba dormido —y con la boca abierta como cazando moscas— un reconocido chamán, que tan pronto como llegara a la montaña, se internaría en ella para desvelar sus guardados secretos medicinales. Setenta años no habían corrido en vano, sobre todo cuando se intentaba medir su fama bien ganada de buen sanador. Decenas de personas lo consultaban a diario para arrancarle cura para sus males del cuerpo y del alma. Su fama se había extendido por todo el valle, razón por la que tenía que ir una o dos veces por semana a internarse en la montaña sagrada para ponerse en contacto con los duendes de las plantas. Por lo general, viajaba con los pacientes, ya que ellos se encargaban de tomar nota de todo cuando dijera, en su no tan lúcido trance con el más allá. A veces hablaba en lenguas indígenas y nadie —que no fuera descendiente azteca, tarahumara o huichol— podía desentrañar sus exóticas recetas con base en hierbas y mixturas.  La sesión duraba varias horas y, al término de la misma, el chamán se ocultaba detrás de algunos arbustos para tomar su merecido descanso y reponerse del desgaste espiritual y físico que cada sesión implicaba. Entretanto, el enfermo tenía que esperar paciente —a veces durante horas— por el retorno del viejo y sabio curandero. Casi al amanecer bajaban en silencio de la montaña mágica a esperar el autobús que los llevaría de regreso a la ciudad de México. 

Los viajeros avanzaban, y ya casi eran las once. El chamán debería estar en el sitio de las ofrendas justo a media noche para el inicio de la ceremonia; sin embargo, ésta podía durar varias horas para entrar en claro y perfecto contacto con los espíritus de las plantas que se aprestarían a indicarle diversas curas para sus pacientes. Por lo general, concurría a celebrar la ceremonia con quince o veinte personas; pero el caso ameritaba una sesión solitaria. Un agudo chillido al frenar el autobús le indicó al chamán que el viaje había concluido. Se apeó con fuerza y, con él, diversas personas que se dirigían a otros destinos cercanos. La luna seguía destellando en el firmamento concediéndole a la noche pinceladas etéreas. Al avanzar unos pasos tropezó con una persona envuelta en una chamarra, quien le habló como desde el interior de un cascarón vacío. El chamán supo de inmediato que se trataba del paciente con el que trabajaría esa noche. Se saludaron sin sonreír, y juntos se internaron en el bosque. 

En lo más profundo de la Sierra Madre se realizaban las ceremonias de curación. Para ello el chamán disponía a su diestra de un sinnúmero de raros instrumentos de fabricación artesanal, de diversos libros de oraciones, y de un pequeño cofre dorado, cuyo interior lo custodiaba un sereno y delgado candado de aspecto enfermizo. El chamán sacó de su morral un traje holgado y de diversos colores, que se colocó sin dificultad con un solo movimiento sobre la ropa. Luego, como para darle a la ceremonia la connotación mágico-religiosa que se ameritaba para la curación, el viejo chamán encendió un grueso tabaco, y con fuertes chupadas lo consumió. De inmediato le ordenó al paciente que se despojara de la camisa y se colocara de espaldas al árbol que les servía de testigo. Con una minúscula y oxidada llave abrió el pequeño cofre, en su interior se hallaba una jícara que contenía una planta con forma de un cacto, cuyo nombre repitió un par de veces: Hikuli (Peyote). Invocó el nombre de la gran chamana María Sabina, a la Santísima Trinidad, al dios de la fertilidad, y a los hermanos de la corte indígena. Danzó durante largo rato y profirió a gritos lúgubres canciones. Consumió el Peyote, y a los pocos minutos movimientos epileptiformes comenzaron a sacudir la pequeña humanidad del chamán. Se movía como si algo poderoso le desgarrara las entrañas, obligándolo a perder su serena compostura. Habló en diferentes lenguas, y al final —en un castellano casi ininteligible— giró instrucciones médicas para que fueran anotadas por el paciente, no sin antes narrar alucinado horribles experiencias que involucraba colores, plantas y animales.

Hijito. Estoy en contacto con los duendes de las plantas de esta zona de la Sierra Madre. Puedo ver cómo bailan y juegan plácidamente con alegría extrema. El cielo y la Tierra se dan la mano, y en dulce armonía se cuentan sus secretos para la salud de todos los hombres. Usted es poseído por fuerzas del mal a causa de un daño que usted le hizo a una hija de familia. Lo están trabajando para que de su vientre broten gusanos, y muera putrefacto. No será fácil deshacer los nudos que lo atan a la muerte. No sé si mis fuerzas puedan llegar hasta descomponer el daño, que es serio y endiablado. En su casa, al lado de la ventana tiene una mata de altamisa que se secó sin razón aparente. Hijito, allí le enterraron polvo de huesos de muerto y le están causando grandes perjuicios. Le duele todo el cuerpo y la puntada le llega con más presión hacia la vejiga urinaria. Ya no puede tener contacto carnal con su mujer, porque una terrible impotencia lo hunde en un dolor moral inmenso. El trabajo no anda bien y los amigos lo han traicionado por cuatro pesos. En el tequila le han colocado agua de placenta y líquido de vagina enferma y piche.  Es usted un ser muy desgraciado y, de no remediar pronto todos esos males, no llegará con vida  a la nochebuena. 

—Mi cuerpo está liviano. Puedo sobrevolar por todo el bosque. Mis amigas las plantas me dicen cuáles pueden ser  las curas para sus males. Pero usted es muy incrédulo y ellas están bravas. Pídales de inmediato perdón por ser tan necio e ignorante...

—¿Ve aquél arbusto que está allá? Corte con este cuchillo un gajito y métalo en su morral. Al llegar a casa lo va a cocinar y se lo va a tomar cuatro veces por día. Aquella hierbita me dice que es buena para la mala pata que lo persigue durante todos estos días. Plántela en la entrada de su casa y bote por el barranco la altamisa que le han preparado sus enemigos. Mi amigo el árbol me ofrece una rama para contrarrestarle la impotencia que lo amarga. Córtela en cruz y colóquela debajo de la almohada. Cada vez que desee el contacto carnal con su mujer, pásele la mano a la cruz. 

—Esta hierba me dice que es buena para los retortijones que no lo dejan dormir ni descansar día y noche. Deséquela al primer sol de la mañana, prepare una infusión, y agréguela al agua del baño...

—Los duendes están apurados y no desean seguir hablando con nosotros. Me dicen que les molesta su presencia. No es bueno para usted continuar aquí si los duendes lo rechazan, y para mí podría ser un riesgo. Lo mejor será que se ponga la camisa y regrese por donde vino. Con lo que le recomendaron podrá salir de su situación. Desean verlo dentro de dos meses... no antes.

Cuando finalizó la ceremonia, el chamán se retorció sobre su eje, y abrió los ojos. Las mandíbulas le castañeaban como si fuera presa de un extraño y terrible poder sobrenatural. De inmediato le pidió un abrigo al paciente, y se lo colocó con extrema dificultad sobre los hombros. Estaba pálido y gotas de sudor le recorrían exultantes el rostro hasta bañarlo. Dobló las  rodillas y se sentó sobre el pasto seco como a la espera de un destino incierto. Tenía la mirada perdida en un vacío insoslayable y efímero. Permaneció en ese estado durante varios minutos, hasta que perdió el conocimiento y cayó hacia un costado. Sin saber qué hacer, el paciente intentó reanimarlo en vano. Entonces,  presa de un inmenso pánico que le obnubilaba los sentidos, decidió salir de aquél sitio sin importarle la suerte del chamán. Tomó a las carreras sus escasas pertenencias, y comenzó a bajar por el bosque en busca del camino de regreso. Sin saber por dónde seguir caminando, se fue internando aún más, hasta encontrarse solo, perdido y desesperado. No aguantaba la fatiga ni el cansancio de tanto caminar, y llegaba siempre al mismo sitio: como si un poder ajeno a su voluntad dispusiese por su suerte hasta hacerlo retomar continuamente los pasos perdidos. El enfermo agotaba sus fuerzas y no veía por ningún lado la carretera de retorno. La luna ya no se dibujaba en el cielo y la oscuridad y la jungla nocturna se hicieron dueñas del momento. Escuchó pasos y el crujir de ramas secas, y los nervios lo consumieron hasta impedirle continuar en su tarea. Entonces comenzó a llorar y a gritar improperios, intentando exorcizar los fantasmas de la noche. Cerró fuertemente los ojos para evitar ver lo que le deparaba el destino, y se puso de espaldas contra un gigantesco árbol, mientras que sus piernas iban perdiendo fuerzas, y su cuerpo se escurría inerme en el suelo hasta quedarse completamente dormido. 

El chamán se encontraba en medio de un gran festín de celebración de un importante acontecimiento. Al parecer había sido coronado rey de un lejano mundo en el que sus habitantes no eran más que los duendes de las plantas. Brindaban, reían y chocaban copas por la felicidad del nuevo monarca, al que le auguraban muchos años de próspero reinado. A sus pies se hallaban decenas de personas que le suplicaban una cura para sus males del cuerpo y del alma; pero él ya no era curandero. Había pasado a otra dimensión en la que su condición le impedía acercarse al común de la gente, ya que podía ser contaminado y muerto. Él, con aires despóticos, mandaba  a venir a su guardia y exigía el retiro inmediato de aquellos seres nauseabundos y miserables que le estropeaban su alegría. Imperaba el orden y la limpieza en aquél reino y nada de lo humanamente aceptable —como la ira, el odio y la codicia— eran admitidos en los sinuosos límites de la ciudad perfecta.  Decenas de alegres y traviesos duendes llevaban a su rey de un sitio a otro, ya que aquél se había vuelto tan perezoso que no quería caminar. Olvidó los poderes curativos de la plantas, las recetas con miles de secretos celosamente atesorados por las distintas generaciones de mexicanos, y los deseos sexuales. Era un extraño hombre mezcla de humano y de alienígena, que en nada se parecía a aquél humilde chamán que viajaba varias veces por semana a la montaña sagrada para sanar a sus enfermos. De pronto se le aparecía frente a frente y le manifestaba su intención de no volver jamás a la Sierra Madre Occidental, que su vida en otra dimensión era mejor y más productiva. La humanidad había perdido a partir de aquella noche a un curandero importante. 

La luz del amanecer le hirió los ojos al enfermo y lo devolvió a su presente. Se hallaba acostado sobre la hierba debajo de un inmenso árbol. Se incorporó con dificultad e intentó caminar; pero las piernas no le obedecieron. Se mantuvo varios minutos sentado a la expectativa. Una vez que recuperó las fuerzas, buscó con afán el sitio en el que el chamán había celebrado la noche anterior la ceremonia de curación, y lo encontró. Para su sorpresa el viejo chamán estaba acostado sobre la hierba, y a su alrededor se hallaban desperdigadas sus pertenencias. Se acercó y notó que aún respiraba. Con extremo cuidado lo sentó sobre sus piernas y, al instante, el chamán abrió los ojos. Lo reconoció y con una mueca que denotaba una leve sonrisa, le preguntó qué había sucedido y por qué estaban allí. El enfermo le contó que se había desmayado y que él se encontraba  perdido en el bosque desde la madrugada anterior. Ambos tomaron sus cosas y lentamente emprendieron el camino de regreso hasta la carretera. A los pocos minutos pasó el mismo autobús que los había conducido hasta la montaña mágica, y viajaron hasta la ciudad de México.  

El enfermo siguió con exactitud las recomendaciones dadas por el chamán en su trance. Paulatinamente fue recuperando la salud y resolviendo con éxito cada una de las situaciones familiares que se le habían presentado. Igual suerte no corrió el chamán, ya que a partir de aquella noche, y por los efectos tóxicos de las altas dosis que había ingerido de Peyote, perdió la capacidad para comunicarse con los espíritus de la plantas. Una vez que se hallaba en la montaña mágica, se le hacía prácticamente imposible consumir la planta sagrada, ya que era presa de fuertes vómitos, mareos y sudoración. Temía morir. Al no poder entrar en trance, le era muy difícil comunicarse con los duendes y no podía ofrecer al paciente solución a sus problemas. De pronto su mundo se empequeñecía y su existencia ya no tenía razón de ser. Perder sus poderes curativos era sinónimo de la muerte.

Bajó solo y ataviado con su chamarra hasta la carretera, tomó un autobús, y a media noche llegó a la Sierra Madre. Se internó en las profundidades del bosque, y dio inicio a su ceremonia. Cantó y bailó hasta que perdió el sentido de la realidad. Abrió con precaución el cofre dorado y tomó todo el Peyote que cabía en la jícara. A los pocos minutos entró en un fortísimo trance que le hizo estremecer su cuerpo hasta quedar exhausto. Esa noche pudo hablar con los espíritus de las plantas durante largo rato. De pronto, seis de ellos se le acercaron y procedieron a levantarlo en vilo, y comenzaron a arrastrarlo hasta que desaparecieron del lugar de la ceremonia. Por más que gritó con todas sus fuerzas, no logró que alguien lo liberara de su horrible pesadilla. 

No se supo del paradero del chamán de la montaña mágica. Tal vez —dicen las autoridades de aquél sitio— el viejo chamán fue devorado vivo por las fieras que habitan el bosque. Otros, quizás menos escépticos, creen que se internó en las profundidades de la Sierra Madre Occidental, y que allá se quedó a vivir con los duendes de las plantas.  






Relato tomado del libro Hombre Solitario y otros relatos (Consejo de Publicaciones de la ULA, 2002), que fuera incluido luego en Cuentos Antología Personal (Vicerrectorado Administrativo de la ULA y ALEPH universitaria, 2010).





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Mi primera novela del año

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 


Mi primera novela del año 

"Los invertebrados (cuyo título no sabemos de dónde sale, ya que nada hay en el texto que se corresponda) es un libro impredecible, que pretende mostrarse al comienzo como una novela negra..."

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TAN SOLO

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

TAN SOLO 


Al comprender 
que tan solo una sonrisa 
                        (basta 
para hacer feliz 
a alguien, 
mejoraría nuestro 
                          (rostro, 
y de nuestro corazón 
                         (desaparecería 
La tristeza. 

Quizás hubiesen 
más amigos 
a nuestro 
                (alrededor, 
Y  la compañía 
fuese la 
mejor 
                (medicina. 

Compartiríamos, 
                   (todo: 
y hasta la despedida 
luciría como un simple 
                      ADIOS. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).



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SI PUDIÉRAMOS


Por: Ricardo Gil Otaiza 

SI PUDIÉRAMOS 


Si pudiéramos 
aplicar la geometría 
a la vida, 
haríamos una línea 
                          (recta 
Hacia la felicidad. 


Romperíamos con un trazo, 
                                     (maestro, 
El círculo que nos une 
con la humanidad, 
para así evitar 
la temida 
                (muerte. 

Dibujaríamos vidas 
                            (paralelas, 
Para que no se agotasen 
                             (nunca jamás. 

Haríamos de lo cotidiano 
                            (una estrella, 
Para que su luz 
amarilla 
                          (y tibia, 
Nos alcance eternamente. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).



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ILUSIONES

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

ILUSIONES 


Cansados de esperar, 
abrigamos el desaliento, 
                               (nada, 
de lo humanamente posible 
se nos da 
                         (tan sencillo. 

A veces por culpa 
de la casualidad 
percibimos 
                     (espejismos 
Que al espíritu entonan, 
pero engañan 
al cuerpo. 

Angustiados miramos 
al reloj de la vida 
y ha llegado el 
momento, 
                         (muere 
el hombre vendado 
por culpa 
de los sentidos, 
que no ven nunca 
                        (hacia adentro.  





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).



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Intelectualidad mutante y enemiga fortuita de El Nacional

 

Por:  Alberto Jiménez Ure 

Soy testigo: estuve en sitio, vi, escuché, debatí, fui hostigado, me defendí y sustancié epistemológicamente tesis a favor de frenar la debacle de la República de Venezuela que fomentaron veneradores de truhan-géneros terroristas (d. d. 70-80-90/s. XX & d. d. 10- 20/s. XXI).

Era yo uno los jóvenes admitidos por Carlos Contramaestre y Salvador Garmendia en sus convites, dos escritores que a mitad de la década de los años 70 tenían estrechos vínculos con el diario El Nacional, con sus más importantes comunicadores sociales, intelectuales y artistas. Durante aquellos culturalmente intensos días, se realizaban numerosos «congresos» de hacedores en las principales regiones de Venezuela. Recuerdo que, por sugerencia de Contramaestre, Guillermo Besembel y José Montenegro, viajé con ellos a Maracay donde se realizaría uno de esos eventos y donde conocí a varios muy promovidos por el diario capitalino. Citaré algunos: Luis Brito García, Pedro León Zapata, Ángel Rama, su esposa Martha Traba, Luis Alberto Crespo, Víctor Valera Mora, Adriano González León, Caupolicán Ovalles y Earle Herrera.

Recuerdo que Luis Brito García leyó una ponencia intitulada «La cultura adeca», nada incontrovertida. Minutos antes, Martha Traba me había invitado a sentar a su lado porque le agradé. Al término del discurso de Brito García, solicité permiso para intervenir y cuestioné que fustigase tan severamente a quienes ejercían el poder del mando mientras aceptaba que el gobierno nacional le pagara viáticos y pasajes para estar ahí. Me miró con «aires de superioridad», como solían hacerlo muchos de ellos cuando se topaban con los novísimos, para marcar distancia y reprocharnos, a la vez, nuestra comprensible iconoclasia. En el pódium, bajo una magníficamente construida y de estilo aborigen vivienda, lo flanqueaba Zapata quien le comentó algo a su amigo que mantenía fruncido su entrecejo.

A Martha Traba le fascinó mi comentario, pero Contramaestre, que solía mostrarse jefatural conmigo, me pidió platicar a solas. Reprochó mis palabras: «Mira, que se trata de Luis Brito García –infirió-. No seas cínico con él, un intelectual revolucionario».

Pocos años después, gracias al venerable Miguel Otero Silva, a mis admirados amigos don Ramón J. Velásquez y don Julio Barroeta Lara, comencé a publicar textos en la extinta Página A-4 Editorial y Crónicas de El Nacional. Fue un privilegio y una memorable experiencia para mí. En la sala de redacción de aquella vieja sede de Puente Nuevo a Puerto Escondido, en El Silencio, y cauteloso estuve varias veces presente cuando el notable novelista y fundador del diario, a quien todos expresábamos admiración y respeto, pronunciaba discursos que parecían clases magistrales. Siempre vi a Earle Herrera y Luis Alberto Crespo allá, entre los intelectuales que, junto con Luis Brito García, Juan Calzadilla, Gustavo Pereira y muchos más, fingieron «paramnesia» en nombre de una falaz revolución que ofendió la honorabilidad de la familia Otero Castillo. Mucho y sin mezquindad los promovió El Nacional, empero, por mendrugos o espuria figuración, hoy comulgan con quienes ofendieron la majestad de prestigiosas damas venezolanas como Sofía Ímber y María Teresa Castillo.

En pláticas que suelo tener con escritores que tienen menos edad que la mía, suelo afirmar que quienes fueron auténticos revolucionarios (Alí Primera, el poeta y gaitero Ricardo Aguirre, Argenis Rodríguez, González León, Víctor Valera Mora, Salvador Garmendia, Oscar Guaramato, Barroeta Lara, Contramaestre, Juan Nuño, Ludovico Silva, Besembel, Rincón Gutiérrez, José Ramón Medina u Otero Silva) jamás habrían inclinado la cerviz frente a lo que defino en un libro como la «dictadura de ultimomundano»: impuesta por una codiciosa casta cívico-militar que infausta y letalmente socava la Tesorería de los ciudadanos venezolanos y la institucionalidad de la república. Algunos de los intelectuales y artistas que alcanzaron fama mediante El Nacional se mantuvieron corajudos y firmes frente a la neo-tiranía latinoamericana en boga: Pedro León Zapata, por ejemplo, Vasco Szinetar, Ramón Hernández, Roberto Giusti, José Pulido… Jamás los otros, transformados en marxfalaces y verdugos de El Nacional, habían mostrado simpatía por gobiernos militaristas, salvo su cómoda adhesión a la presunta Revolución Cubana que tanto daño hace exportándose hacia toda América Latina. Durante el alba de su férrea y no sacra consolidación, toda tiranía luce infalible y extermina moral o físicamente a opositores con la ilícita ventaja que a sus jerarcas da el monopolio que ejercen sobre tropas y mercenariado institucional: pero, igual tras el ejercicio abusivo y criminal del poder, la Historia dicta que culmina decapitada por sus disociados adherentes.

Una mañana del año 1982, luego de obsequiarle un ejemplar de mi recién publicado libro de cuentos Inmaculado (Monte Ávila Editores), Miguel Otero Silva me condujo hacia la sala de redacción de El Nacional. Ahí, Earle Herrera y Brito García le reprocharon me permitiera formar parte del selecto grupo de columnistas, porque yo era un joven reaccionario y anticomunista.

El año 2021, una suprema y espuria corte de (in) justicia emitió una sentencia mediante la cual arrebató la edificación, equipos y archivo hemerográfico del diario a sus legítimos dueños para transferir esos bienes a un afamado truhan-género terrorista. Con ese infame acto se consumó la doctrina anti-ética-jurídica que produjo un irreparable daño a la catedral del periodismo venezolano: El Nacional, patrimonio cultural. Nunca he sido un individuo cautivado por el mesianismo, porque soy un ateo persuadido que nadie es ungido por dioses para irrumpir en este atribulado mundo con propósitos de salvación. Pero, seré espectador de la derrota de la petulancia terrorista, que tuvo el atrevimiento de esclavizarnos.


@jurescritor



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El niño que llevamos dentro

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 


El niño que llevamos dentro 

"Nos molesta la vida en todo su esplendor, porque el niño que nos habita nos hace recordar a cada instante que la hemos dilapidado, al acallar la voz interior que emerge de nosotros y que nos dice una y otra vez que nos extraviamos en el camino..."

Link al sitio web de El Universal para leer el artículo completo:


También puedes leer los artículos anteriores aquí:

 

 

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La ecuación de la felicidad

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 


La ecuación de la felicidad 

<<“La felicidad cae sobre nosotros de improviso y se nos escurre de las manos del mismo modo y con igual rapidez”, nos dice el doctor Kets de Vries. Por lo tanto, está en nuestras manos el poder definir con precisión cuándo somos felices...>>

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MATERIALISMO

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

MATERIALISMO 


Cuánto adquiero 
                   (cuánto valgo, 
Vivir para comprar. 
                   (Y para el placer. 

A veces no entendemos 
los grandes principios 
                             (divinos, 
Todos gobiernan la vida, 
aunque 
            (los ignoremos. 

Leyes existen 
para un perfecto 
equilibrio,  lo que sucede 
es que al hombre no 
le conviene 
                     (acatarlas. 

Rompemos a menudo 
con las imágenes 
                          (sugerentes, 
De otros con más visión. 
Rozamos siempre la misma 
                               (piedra, 
Nada nos queda. 
                        (La experiencia no existe. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).



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HEDONISMO

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

HEDONISMO 


Cuánto amor 
a la vacuidad 
          (y al morbo 
Que representan 
al mundo. 

Nuestra meta 
es placer 
orgiástico 
             (y eréctil. 

Solo cuerpo 
alimenta 
nuestras voces, 
en el ensordecedor 
momento 
                (de la vida. 

Disfrute de los sentidos, 
sexo, comida y dinero, 
                 (es el fin 
En este ¿largo? 
peregrinar 
por el microcosmos. 
             
Vivimos inmersos 
en la nada de nuestra 
pobre existencia, sin poder 
ver más de uno mismo, 
allá donde no solo habitan 
                      (los genes. 





Tomado de mi libro Corriente Profunda (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 1998).



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