Cuento - EL PRÍNCIPE DE LAS MIL CARAS

 


    La iglesia era de apenas una sola torre. A decir verdad, constituía la única construcción de valor de aquel pueblo: su teatro y lugar de reuniones de todas las cofradías existentes, tantas, como beatos hay en el santoral católico. Desde su campanario (de unos diez metros de altura) se podían divisar las verdes campiñas teñidas de múltiples colores, decenas de palomas revoloteando luego del tañido de los viejos metales amalgamados por el tiempo. A la derecha, un pequeño camposanto, cuyas cruces permitían —por la altura— servir de refugio a las atrevidas parejas ávidas de caricias. Ahora que lo recuerdo, casi nunca llovía. La vida transcurría en un eterno verano. En las horas de más calor, se podían observar los cuerpos sedientos de los habitantes fundirse bajo el inclemente sol. Los chivos y las gallinas en perfecta armonía tomaban los espacios polvorientos que fungían de plaza mayor. En algunas fechas patrias, las flamantes autoridades unidas al boticario, la comadrona y el maestro, llevaban hasta el centro de aquel rectángulo, un viejo cuadro con la figura del Libertador, y lo colocaban sobre un resquebrajado muro, para emular aquellas plazas vistas en lugares importantes y remotos.

    La vida no era muy divertida para aquel entonces. Las pocas distracciones se centraban en las tertulias y en los juegos de azar que se apostaban frente a las casas. Hasta las puertas se sacaban las mesas y las sillas para las acostumbradas partidas de cartas y dominó. Otros, tocaban algún instrumento musical y formaban con las muchachas pequeños grupos corales.
    Nunca falta en un sitio como aquél, el beodo impertinente que logra con su perorata hacerse de más dinero que lo ganado por los trabajadores de las tierras más cercanas.  El de mi historia era —por decir algo— un personaje muy peculiar y querido por todos. Me contaron que en sus tiempos mozos gustaba de trabajar la albañilería y se hacía acompañar de un hermoso loro. Pasaron los años y aquel hombre seguía en la misma actividad y con la misma compañía. Un día, se encontraba realizando un trabajo y su loro voló al tejado de una casa y comenzó a caminar a través de un cable de alta tensión. De pronto, se escuchó un grito: ¡ay patrón... me jodí! Y cayó el loro tieso, electrocutado sobre la tierra seca. A partir de entonces, el hombre cambió de vida, empezó a beber grandes cantidades de ron y abandonó su apariencia y su salud. Nadie le conocía familia, mujer o algún hijo, por eso era objeto de atenciones por parte de la comunidad, logrando recolectar dinero suficiente para la comida y el aguardiente. A veces alcanzaba la compañía del padre Rafa, quien gustaba a hurtadillas de sus palitroques. Los tomaba plácidamente —encapillado—, y a media noche comenzaba a entonar con su contertuliano, viejas y manidas canciones del repertorio popular. A veces no abría la iglesia por dos o más días, causando la ira de las señoras visitantes consuetudinarias de aquel recinto. Un domingo, llegó en plena borrachera a celebrar la misa, provocando risotadas en los asistentes y la cólera del señor obispo, quien a la semana siguiente gestionó su remoción del cargo como cura párroco. Ante la imposibilidad de encontrar un sustituto adecuado, echó mano, Su Ilustrísima, de un padrecito recién llegado a la diócesis para que ayudara en todo al padre Rafa. En vista de la lejanía de aquel poblado enclavado en la montaña, el esperado visitante llegó con tres semanas de retraso. En aquel momento yo me encontraba en el campanario (mi sitio favorito porque adquiría sensación de plena libertad). Vi a lo lejos levantarse una polvareda, que era —sin duda alguna— la señal inequívoca de la presencia del nuevo cura ayudante del padre Rafa. Comencé a gritar con todas mis fuerzas: "padre Rafa, el nuevo cura llegó". Como respuesta a mis gritos a todo pulmón, salió la comunidad y se aglutinó en la plaza. Llevaban en sus manos banderas azul y blanco que mecían al ritmo de los aplausos y los gritos de ¡viva el nuevo padre! Bajé de sopetón (no por las escaleras sino a través de una peligrosa rampa que estaba unida a la tambaleante fachada de la iglesia). En la puerta estaba el padre Rafa, su rostro no demostraba alegría, es más, me atrevería a decir que el nuevo cura no le era simpático. En sus ojos estaban las huellas de innumerables noches a la luz de las velas (ya que la electricidad era cortada a las 10:00). Lo más notorio de su figura, era el prominente vientre y sus ojos un tanto desencajados —a lo mejor enfermo de los riñones, no sé, pensé yo.

    El nuevo padre llegó en un viejo Mercedes Benz de color blanco ratón. No estaba solo, lo acompañaba un hombre joven. Su figura no parecía latinoamericana, encarnaba más a un europeo. Era de una blancura brillante, transparente, de pelo muy rubio y lo llevaba bastante corto, al ras. Muy delgado, casi emulaba la figura de un San Gerardo o alguien parecido. Unos lentes finos y metálicos le deformaban el rostro. Lo primero que alcanzó a decir fue: “¿Qué tal, cómo están ustedes hijos míos?” Al poco tiempo, las autoridades le dieron la bienvenida y lo condujeron hasta la casa que le servía de refugio al padre Rafa, quien para entonces lucía taciturno, nadie sabía lo que le pasaba —ni yo, que estaba tan cerca de él. A la semana siguiente, el padre Rafa amaneció flotando sobre las aguas del río Labranza. Quizás, no pudo soportar la pena de la sustitución y el inminente reemplazo; fue el comentario de la gente que lo lloró nueve días con sus noches, con el asombro de que dicho cuerpo permanecía incorruptible. Entonces, cambiaron el comentario por el de: ¡era un santo! A partir de aquel momento fue llevado en una urna de vidrio hasta el sótano de la iglesia, con el propósito de venerarlo. Hecho que por lo demás, hizo reventar de ira al obispo, quien desde el primer momento desautorizó la práctica. Él mismo, se apersonó hasta el pueblo con la finalidad de sacar aquel cuerpo que estaba “profanando el lugar sagrado”. Pero se encontró al pueblo armado y amenazante a la entrada de la plaza, con la clara intención de lincharlo. Al ver aquello, el obispo ordenó al chofer dar marcha atrás y regresó a su palacio.

    Aquellos acontecimientos fueron los más importantes de mi niñez. Jamás en aquel pueblo —mi pueblo— habíamos vivido emociones más intensas, sentimientos más encontrados de amor y de odio. El nuevo padre recibió al poco tiempo la comunicación que le aseguraba aquel cargo hasta que Dios lo quisiera. Era lógico, ningún sacerdote quería quemar su vida en un sitio olvidado del mundo. Cuando el padre Hoyos se presentó ante el obispo y le manifestó su intención de ayudar al padre Rafa, el prelado casi lo levantó en vilo de la alegría. Le facilitó todo para el viaje y le suministró de manera impropia la documentación necesaria. La única demora era la carretera de montaña, muy estrecha y con unas pendientes que mantenían en zozobra al viajero.

    El estilo del padre Hoyos era diametralmente opuesto al del padre Rafa. Este fue un tanto irresponsable con sus labores pastorales. A menudo incumplía sus obligaciones como consecuencia de las noches desperdigadas en el licor, junto a su inseparable amigo el albañil, quien al conocer la muerte súbita del padre, se sumergió aún más en la bebida. Su rostro se transfiguró, y tomó el color violáceo de los que padecen delírium trémens. A la mitad de su vida (tendría unos cuarenta años), más que beodo, parecía un incapacitado para mover sus miembros. 

    Lo primero que realizó el nuevo cura, fue la transformación física de la iglesia. Mandó a pintar las paredes. Restituyó baldosas del piso. Hizo sacar de sus nichos a las viejas figuras de los santos. Para ello contrató los oficios de un camionero, quien las montó en la tolva de su destartalado vehículo. La gente salió a ver pasar por el frente de sus casas aquella multitudinaria procesión de santos. Unos rezaban a su paso, otros se santiguaban y los niños les lanzaban pequeñas piedras para ver a cuál imagen alcanzaban. Lo cierto es que dichos santos nunca más regresaron a su sitio de origen. El padre Hoyos lo atribuyó a que las imágenes representaban un gran capital histórico, que tal vez alguien en la capital reconoció y se hizo de un buen negocio con el camionero. Al irse para siempre los eternos huéspedes, la vieja edificación que servía de templo quedó desolada, sin vida. Las hornacinas reclamaban la presencia de sus dueños. En sus lugares, los habitantes colocaban el respectivo nombre de cada santo, ya que al ser ese su sitio natural durante tantos años, valía tanto como si estuviese presente. Resultaba grotesco ver a mujeres y a hombres orar frente a rincones vacíos. Recuerdo que cuando Melquíades, el dueño de la pulpería, regresó de la capital, dijo haber visto a San Pancracio Mártir, San Isidro Labrador y a San Judas Tadeo en hermosos templos de estilo. Ante la noticia, todos reaccionaron desfavorablemente, acusando a Melquíades de no haber reconocido las propias, confundiéndolas —quizás— con imágenes importadas de España o Italia
.

    Con el paso de los meses lo de los santos fue olvidado y el padre Hoyos comenzó a imponer un nuevo estilo de ejercer el ministerio eclesiástico. Hacía confesiones multitudinarias —en lugar de la personalizada. La misa la decía de memoria sin leer el misal y en apenas cinco minutos. Llenaba hasta el borde el cáliz con vino chileno y no le colocaba agua. Sustituyó el copón, la patena, el palio y la custodia (que eran de oro puro oriundo de El Callao) por réplicas de madera pulida. La gente protestó de inmediato por el irrespeto a sus tradiciones, pero el padre Hoyos alegó que había dejado los objetos en un banco de la capital, por el peligro de que fueran robados.

    Los domingos realizaba dos colectas de dinero, o en su defecto pedía a la comunidad que le enviaran especies, gallinas, pavos, puercos, frutas y otros productos de la tierra. Implantó un impuesto de entrada, para enviar a Roma a estudiar a su acompañante, quien aspiraba ser también sacerdote. Pidió a la comunidad no contar nada al señor obispo, porque de lo contrario caería sobre ellos la polilla de haber traicionado a un ministro de Dios.

    Desde su llegada a la iglesia, aquel hombre casi transparente enfiló sus baterías hacia la obtención de recursos económicos, para una obra que sería construida en las cercanías de la prefectura y que serviría de albergue a los menesterosos. Nadie comprendía la razón de aquella obra, toda vez que los mendigos del pueblo apenas se podían contar con los dedos de la mano. Pero nadie se atrevió a poner en duda la idoneidad de las decisiones del nuevo cura.

    Yo me convertí —sin proponérmelo— en su sombra, lo seguía a todas partes, vigilaba (sin intención) su vida íntima. Muchas veces me echó de la iglesia, con el pretexto de haberle interrumpido sus oraciones y pensamientos que elevaba cada mañana al Altísimo. No usaba el libro de preces, ni se guiaba por los rituales de los cuales era un esclavo el padre Rafa. Cuando debía usar ornamento rojo (en señal de alguna fiesta litúrgica), él utilizaba el ornamento verde, o el blanco. Yo nada le decía; pero conocía a la perfección —por todos los años vividos al lado del difundo padre— las características de las vestimentas y ornamentos de acuerdo a los ritos eclesiásticos. Sólo le miraba fijamente. Él me respondía con algún alegato que yo no lograba comprender. Sus misas eran en latín (al menos eso nos decía, ya que ninguno entendía en absoluto su palabrería). Ante una señal convenida previamente, le alcanzábamos las vinajeras o el cáliz.

    Todo cambió abruptamente: su estilo y forma de conducir las cosas rutinarias lograban desconcertarme. Recibía las visitas de los fieles en un cuartucho que logró fabricar a expensas de las limosnas. A los hombres los recibía en grupos de a tres o más. En cambio a las mujeres les dedicaba mucha atención. Las atendía de una en una y pasaba cerrojo a la puerta. A los que estábamos cerca nos mandaba a esperar en la sacristía (que estaba a unos veinte metros de distancia). Yo notaba que las muchachas salían con los rostros atribulados e indescifrables, más que cuando fueron recibidas. Se constituyó todo aquello en un misterio insondable y espeso. Mi mente infantil procesaba toda la información del día, y muchas de las cosas sucedidas no encajaban dentro de las formalidades a que estaba acostumbrado con el padre Rafa, muy a pesar de sus estruendosas borracheras y escándalos de fines de semana.

    Una fría tarde de septiembre, cerca de la misa de las cinco, escuché hacia el fondo dela sacristía, voces que reñían, golpes de puertas, roce de metales. Nervioso por todo aquello, salí en busca de ayuda y al regresar nos encontramos con que en el suelo estaba el padre Hoyos bañado en sangre, y a su lado —en iguales condiciones— yacía el cuerpo de un hombre maduro de tez blanca. El hombre que me acompañó se retiró violentamente del sitio y a grandes pasos fue en busca del jefe civil. El padre Hoyos se recuperó al poco tiempo, mientras que el otro falleció a las pocas horas en el dispensario. Todo ello acarreó el comienzo de un proceso de investigación, que culminó con la aclaratoria de un fatal accidente en defensa propia. El nombre del padre Hoyos quedó limpio de cualquier duda al respecto (gracias a la intervención del obispo) y continuó —como si nada hubiese pasado— al frente de la iglesia.

    La oratoria del padre "albino" (como lo bautizó la gente), no era muy buena como podría suponerse. Los domingos yo le veía sudoroso y con facciones nerviosas a la espera de la misa de once. Leía y releía un papel o "chuletario" que sacaba de vez en cuando de debajo de las mangas de sus holgadas vestimentas. Al final de la jornada, se había retirado de la celebración más de la mitad de los fieles, quienes no soportaban lo intrincado de los mensajes de aquel hombre que a las claras hacía esfuerzos sobrehumanos para mantener la atención de los oyentes, cosa que no lograba con facilidad. Su ambición y amor por el dinero no las ocultaba jamás. Antes de salir a la misa me decía que insistiera para que la gente diera más limosna. Me decía que golpeara con la bandeja los codos de aquellos seres a quienes despreciaba desde el fondo de su alma. Nunca lo expresó verbalmente, pero yo lo intuía. De regreso de la colecta —desde el altar de la celebración— su mirada parecía contar desde lo alto la cuota de aquella gente que no tenía más que sus tierras y las ropas domingueras.

                                                                      ***

    Ahora en la soledad de mi apartamento, con la única compañía de unos cuantos libros, y la de un perro que no tiene más raza que su origen incierto, medito y analizo todo aquello que formó parte de mí. Los recuerdos vienen a mi mente de manera atropellada. La sucesión de ellos se perdió en el tiempo y en el espacio. Pasaron más de treinta años, todo aquello ya no existe. En su lugar, se levanta un moderno centro de finanzas y una urbanización de lujosas quintas. Aquel pueblo, pasó a constituirse en una ciudad satélite, anhelada por los ejecutivos, profesores universitarios y artistas prominentes. La iglesia es lo que permanece como testigo de toda una época (pero no toda, sólo su hermosa fachada). En el antiguo rectángulo que los días de fiesta se transformaba en la plaza principal, se levanta hoy un hermoso centro de esparcimiento dotado de novedosos artificios y fuentes de agua. Se abrieron nuevos y versátiles caminos que conducen de manera rápida, hacia aquel centro, que día a día atrae más a propios y extraños.

    De mi pueblo no queda nada, sólo mis recuerdos. Toda aquella gente que rodeó mis juegos infantiles, descansan en el moderno camposanto que sustituyó al otro. Aquél que servía también para la frivolidad sensual de los juegos carnales. Ni siquiera viven allí los descendientes de aquellos. Todos se fueron a otros rincones del país en busca de mejores posibilidades de vida, tal vez pensando que las cosas no cambiarían jamás.

    Hace tres meses regresé a aquel lugar y no pude evitar que mi piel curtida por el sol de tantos años, se erizara ante la inminencia del retorno a las vivencias de la infancia. Dejé momentáneamente mi apartamento, los amigos, mi trabajo. Tomé el primer avión de una mañana de enero y me fui en busca del pasado perdido. No quise tomar el vuelo directo, me quedé en una población que dista una hora de viaje por carro. El corazón galopaba con cada kilómetro que me acercaba a la ciudad. A pesar del tiempo transcurrido, en mi piel todavía permanecía el sabor a pueblo y a dulce de panela con leche, las meriendas del día de San Juan, las arepas de maíz tierno, los tazones de chocolate hirviente, las horas eternas que permanecía cerca del querido padre Rafa, su amistad y respeto. Sus borracheras de película, sus gritos de emoción ante el nacimiento de cualquier criatura. Todo ello me marcó —indudablemente. Mis padres celosos por mi ausencia del hogar, mis hermanos jugueteando en la puerta de casa, los alegres vecinos, el sol abrasador, las misas de aguinaldo, la misa de gallo. El realito cobrado al padre Rafa y luego al padre Hoyos por cada misa. El deseo morboso de cobrar dos bolívares por cada entierro y funeral. En fin, todo aquello que constituyó mi vida hasta los dieciséis años, luego de los cuales abandoné mi tierra para irme a estudiar en la universidad, gracias a los buenos oficios de un acaudalado familiar que costeó mi carrera en letras.

    Después de una hora y algo más de recorrido, llegué hasta mi pueblo. Ya no era mi pueblo. Sufrí a partir de aquel momento una gran decepción. Mis recuerdos se hicieron añicos. Las imágenes que tan celosamente había guardado en mi memoria, en un instante se esfumaron. Nada volvió a ser igual en mi vida. Atesoramos la vaga ilusión de que las cosas que dejamos un día, no cambien, se queden estáticas en el tiempo... pero fui torpe al pensar que los años nos devuelven intacto todo aquello que amamos. Nunca entendemos el porqué de los cambios, y que todo eso es inherente a la vida misma. Nada permanece, todo evoluciona —o desaparece.

    Bajé de aquel auto. Me restregaba los ojos, creyendo ser presa de una mala jugada de la vista. Los abría y la realidad estaba ahí, carcomiéndome las entrañas. Caminé lentamente a través de aquello que me era desconocido. Fue como visitar una nueva ciudad en la cual me sentía un verdadero turista. ¿Qué pasó?, le pregunté al chofer. Este sólo encontró como respuesta alzar indiferente los hombros. Me dejé caer sobre el pavimento, hice inmensos esfuerzos por contener las lágrimas, un nudo me impidió seguir hablando. Permanecí en esa posición fetal casi quince minutos. De pronto sentí una mano caliente sobre mi hombro derecho. Alcé la mirada y no pude reconocer al hombre que me sonrió amistosamente.

    Lo seguí intuitivamente hasta su casa. Era una hermosa quinta rodeada de espléndidos jardines. En la antesala me hizo sentar a la espera de una bebida caliente. Al poco tiempo regresó con una humeante taza e inició la conversación:

"Tal vez... Es más... Estoy seguro de que no me recuerdas. Imposible... no soy quien una vez hace treinta años te vio partir hacia la capital, en busca de conocimientos y ciencia. El ser que estás viendo hoy, es muy distinto al de aquel tiempo (humillado, abofeteado por la sociedad que lo execró de su seno). ¡Ay Ramón! Perdona el exceso de confianza, la vida es indescifrable, incomprensible. El mundo en cada vuelta alrededor del astro rey, nos roba un poco de nosotros mismos. La Vida es como una ilusión... efímera. Solo el empeño y la fuerza de la voluntad pueden sacar a un hombre del foso donde se encuentra hundido, enterrado en vida. Así estaba yo, hijo. Muerto y enterrado, sin anhelos ni horizontes. El alcohol me llevó al borde de la desesperación y del abismo. Estuve intentando escapar de mi cochino mundo. Busqué en la compañía de los animales una razón para seguir viviendo. Pero la vida se empeñaba en arrebatármelos. Así fue como perdí a cuatro perros, seis gatos, un chivo y por último el loro que murió electrocutado...".

    La mención del animal, me devolvió la lucidez, de inmediato reconocí al albañil. Se había obrado un milagro en aquel ser mugriento y asqueroso. Tanto así, que no logré reconocerlo hasta que mencionó la muerte de su loro. Me contó que logró sobrevivir al vicio del alcohol gracias a la ayuda de una bella campesina que fijó su mirada amorosa en él. El sentimiento de amar a otro ser logró lo que nada había podido hasta entonces. Pasamos horas y horas conversando, su vida era ahora desahogada, cómoda, nada que ver con su anterior experiencia. Comencé a preguntarle por amigos, conocidos, familiares y por último le pregunté por la vida del padre Hoyos. Al mencionar ese nombre, el albañil se estremeció en su asiento. La incomodidad se hizo presente en él de manera abrupta. Me contó atribulado que aquel hombre, que una vez llegó al pueblo en un Mercedes Benz para ayudar al padre Rafa en su quehacer pastoral, había sido descubierto por las autoridades nacionales. Era un gran criminal y farsante. Tomaba distintas personalidades, con las cuales lograba hacerse de mucho dinero y luego escapaba hacia el vecino país. Había cometido más de un abuso contra sus víctimas, entre las que se encontraba el padre Rafa, quien se descubrió —luego de finalizadas las investigaciones— que había muerto a manos de aquel desalmado. A medida que el albañil pormenorizaba la historia del "padre Hoyos", crecía en mí una sensación de impotencia y rabia. Le habría partido el alma de tenerlo al frente. Ahora que lo recordaba, ese sujeto jamás logró convencerme de su ministerio. Sus extrañas misas, sus consultas a las mujeres tras la puerta cerrada, y muchas cosas más, lograron que le tuviera una gran desconfianza.

    Al parecer, la iglesia antes de su demolición había sido saqueada por el "padre Hoyos";. Logró robar todos los objetos de oro (que supuestamente había puesto a resguardo en la bóveda de un banco en la capital), toda la platería, la imaginería, las lámparas. Aparte de la gran cantidad de dinero que recolectó entre la feligresía, para enviar a su acompañante a estudiar la carrera eclesiástica. Fue apresado junto a su compañero inseparable por la INTERPOL. Dos años más tarde el supuesto padre Hoyos, pudo fugarse de una cárcel de alta seguridad, hecho en el cual su compañero resultó abaleado.

    No quise seguir escuchando a mi antiguo amigo el albañil. Le di las gracias por haberme contado todo aquello y por las atenciones. Tomé un carro de regreso hasta el aeropuerto.

    Hora y media más tarde me encontraba aquí (en mi apartamento). Lugar desde el cual estoy escribiendo esta historia. Sobre el escritorio están acumulados los periódicos sin leer que me trajo la vecina, cuando estuve fuera de casa. En uno de ellos, Berenice (así se llama la muchacha), remarcó con lapicero negro, una noticia que me dejó, al regreso de mi infortunado viaje, fulminado:

(...) apresado el obispo quien, presuntamente, facilitaba las acciones delictivas al Príncipe de las Mil Caras, mejor conocido bajo los nombres de: El Padre Hoyos, El Doctor Moncada, El Poeta, El Ingeniero Bustos, El Pastor de Dios, El Maestro Luis Rey, El Profesor Burgos, El Botánico, etc.

    Sigo escribiendo para no olvidar...

    ...No culpo a Dios de todo aquello. Él también es víctima constante de la iniquidad de su propia obra.


*Cuento publicado originalmente en el libro Paraíso olvidado (Consejo de Publicaciones de la ULA, 1996). En el año 2010 fue incorporado al libro Cuentos Antología personal, editado por el Vicerrectorado Administrativo de la ULA y ALEPH universitaria. 



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Reflexiones Filosóficas - DE LO TRANSDISCIPLINARIO

 


Mucho se afirma y se alaba el carácter multidisciplinario de la ciencia, lo que posibilita la conjunción orquestada de grandes “áreas” supuestamente enfrentadas desde lo gnoseológico. Digo, supuestamente enfrentadas, porque en la vida real, en el ahora, interaccionan, se funden, se hacen en sí mismas y responden al quehacer de lo humano sin parcelas ni dominios. No obstante, la multidisciplinariedad no basta cuando los referentes epocales nos impelen a la comprensión de la complejidad del vivir, que trasciende los naturales linderos del orden de lo académico, para fundirse en una misma realidad, en un mismo hecho cotidiano: la interretroacción de las diversas variables que hacen posible la vida sobre el planeta. Desde niños se nos forma bajo la noción de lo mesurable, de la “normal” diferenciación entre todo aquello que nos lleva a la tradicional dicotomía de los opuestos: Hombre y mujer, blanco y negro, cielo y tierra, abstracción y realidad. No obstante, nos olvidamos por lo general de los claroscuros que en el “ahora” articulan el tejido de lo social, de lo natural, de lo artificial y de lo planetario. En otras palabras: la trama de la vida, o el denso tejido de lo mesurable y lo inconmensurable, de lo propio y lo ajeno, de lo animado y de lo inanimado, de lo intelectual y de lo espiritual. Aparentemente, todo ello se contrapone, y en algunos casos se anula, pero estamos lejos de sopesar desde la razón (y tal vez desde el desvarío que nos configura como esencia desde la misma cuna), que constituyen una entidad cuyas piezas calzan a la perfección hasta hacerse un todo cuya sumatoria no se queda en la mera visión cartesiana, de ser la suma de las partes, sino que trasciende dicha noción hasta vislumbrar la posibilidad de un todo que es más o menos la suma de sus partes. Leamos a Pascal en su postura fundante de lo que hoy conocemos como el pensamiento complejo y su Principio Sistémico u Organizativo: “Como todo es causado y causante, ayudado y ayudante, mediato e inmediato y como todo se mantiene por un vínculo natural e insensible que relaciona a los más alejados y a los más diferentes, considero imposible conocer las partes sin conocer el todo y conocer el todo sin conocer particularmente las partes…” En el Principio Hologramático (el segundo de la complejidad) vamos más allá para comprender que la parte está en el todo y el todo está en la parte. Es decir, somos universo y contenemos el universo. Empero, hemos sido formados bajo un criterio reduccionista, que nos impele a lo simple, a lo disjunto, al sesgo epistémico, a la no-relación entra las partes en ese todo que llamamos con el hermoso vocablo “existencia”, con la finalidad pedagógica de asimilarlo sin tantos tropiezos. Cuando afirmo que la multidiscilinariedad no basta, me refiero a que ha llegado el momento de dar el salto a la transdisciplinariedad: a diluir, derrumbar y desmontar las barreras artificiales que hemos levantado entre las disciplinas, porque así no acontece la existencia. Morin, Ciurana y Motta (en Educar en la era planetaria, 2003) afirman: “Para el pensamiento complejo, aquello que podríamos llamar principio de realidad no es captable (…) por una sola de las capacidades, facultades o aptitudes del hombre, sino por la conjugación unitaria y unitiva de todas ellas, lo cual es mucho más que su suma mecánica.” Es decir, extrapolando lo citado, podría afirmar sin temor a equivocarme, que el conocimiento y la sabiduría no se alcanzan con la suma mecánica de conocimientos y de saberes desarticulados. La suma de profesiones no es requisito suficiente (mucho menos integrador) para que tengamos una noción holística de la vida; mucho menos la suma de especializaciones y su ingente sesgo epistémico, y de la vida como totalidad. Para ir más lejos, la multidisciplinariedad no es suficiente a la hora de convocar al talento humano para la conquista de sus inmensos desafíos y para la construcción del presente y, por ende, de lo que vendrá.



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Poema XLI

 

Por: Ricardo Gil Otaiza 

XLI

Somos alma encarnada, hálito de
vida en busca de destinos, sueños
trazados desde lo insondable que ha-
cen de nosotros eternidad y olvido.
Nada responde a un azar de leyes
inescrutables, si antes no nos es dado el
lumen de la existencia; a partir
de entonces nace nuestra historia y
se muestran claros los designios.

Somos río que fluye y sus aguas van
llevando consigo anhelos y experien-
cias. Como piedras vamos cambian-
do de forma y nos hacemos parte y
todo de una misma conciencia. Nues-
tro diseño es perfecto, sincronizado con
un mismo latir, pero cada paso que
damos solo responde a nuestra voz interior.

Somos portento lanzado al mun-
do y en cada accionar vamos dejan-
do huellas, atisbos de emociones,
recuerdos guardados para siempre.
Nos quedamos y nos vamos, somos y
no somos, y en esta perenne ambi-
guedad transcurren nuestras vidas,
se tejen nuevos planes, se forjan los
caminos.


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Cuento - Un extraño en la casa

 


    En mi memoria permanece la familia reunida, todos como una sola persona en grata compañía y el calor que proporcionan la unión y el placer. Cada uno de los miembros constituíamos una pieza importante en el engranaje de la vida cotidiana. Los fines de semana nos íbamos al campo a disfrutar de la naturaleza, del aire y la comida preparada por mi madre. Mi padre acostumbraba a llevar su equipo de pesca, mi hermano su balón de fútbol, mi hermana su juego de damas chinas y yo como siempre— un libro. Por el largo camino que conducía al bosque cantábamos con alegría, sin reticencias de ningún tipo, todos compartíamos fraternalmente los mismos momentos; nuestros momentos inolvidables. La ciudad para ese entonces, era muy pequeña aún, no se conocían las grandes avenidas, las lujosas urbanizaciones, los inmensos centros comerciales, ni tampoco los semáforos. Todos los habitantes constituíamos una gran familia, la gente en la calle se saludaba de forma amistosa, los hombres daban la acera a las damas, y se expresaban hermosas galanterías a las muchachas.

    De noche la quietud se rompía por el canto y música de los serenateros. Ni hablar de la seguridad personal, las puertas de las casas permanecían abiertas hasta las altas horas de la noche, sin el temor a ser asaltadas. No recorrían las estrechas calles, los veloces autos que hoy atropellan a los peatones de manera impune. Las paredes de las casas permanecían blanqueadas sin el acecho constante de los famosos graffiteros y de las frases morbosas que hoy intentan levantar a las pavitas quinceañeras. Quizá yo sea un viejo retardatario, un chapado a la antigua, un vejestorio digno de un museo, pero ¡caramba!, qué cambio tan drástico dio el mundo. Hoy a mis sesenta y pico de años recuerdo con alegría aquellos tiempos. No es que todo tiempo pasado sea mejor; es que nuestro pasado sin duda alguna fue mejor.

    Recuerdo la funesta década de los '50, cuando entró a nuestra casa ese sujeto que transformó nuestras vidas, a él y a nadie más le atribuyo nuestros males posteriores; no es posible tan maligna influencia sin la presencia del susodicho. Créanme, al principio nos engañó a todos, sin excluir a nadie, ni a mi padre que era un hombre muy duro, implacable e intransigente. Siempre se vanagloriaba de su audacia e inteligencia, decía constantemente: “a mí es muy difícil meterme gato por liebre, ¡qué va hijos!, para que a mí engañen se necesita ser muy pillo. Pero por desgracia él fue el primero en caer abatido, luego mi madre y después nosotros. Para esa época yo era un hombre de treinta y tantos años, al principio lo vi con recelo, luego caí también bajo su poderoso influjo. Era irresistible, bloqueaba la mente, perdía el carácter y la disposición al trabajo. La tarde que llegó por primera vez a casa, todos salimos con alegría a su encuentro, mi hermana muy joven, se ilusionó al verlo —creo que se enamoró de él, más tarde dejaría todo por su compañía. Le invitamos a pasar, le dimos el mejor sitio de la sala, lo protegimos de inmediato contra la intemperie, ya que llegó cuando llovía de manera copiosa. No le quitábamos la mirada en ningún momento, nos sentíamos atrapados por su poderosa personalidad. Desde aquella tarde de finales de los '50, se quedó in perpétuum, como testigo de una felicidad que se disipó bajo su sombra… Las cosas no fueron nunca iguales, todo cambió sin que nadie lo percibiera —excepto yo—; le seguí sus pasos, lo acorralé y lo critiqué de manera mordaz.

    Las alegres tertulias que se sucedían luego de las comidas, desaparecieron para siempre, mis padres se enemistaron durante una larga temporada por su culpa, mis nervios se incrementaron como consecuencia de sus infaustas noticias, de su forma amarillista de contarnos la vida. Lo que al principio fue armonía, de pronto se transformó en discordia, en incapacidad para solventar los problemas, ya que cuando nos disponíamos a hablar, a discutirlos sanamente, ese intruso se interponía entre nosotros, el mal educado no nos permitía el diálogo, la conversación enriquecedora. Nos ganó a todos con sus cantos, sus divertidos cuentos, su amplio repertorio, su exquisita novedad.

    Las tardes domingueras a la sombra de los apamates, se convirtieron en lo sucesivo en monótonas horas de hastío, mi padre perdió su interés por la pesca, sustituyéndola por el afán de ganar millones en el juego del 5 y 6.

    El fútbol de mi hermano se transformó en cansancio corporal e irritación de los ojos de tanto mirar al extraño —porque eso seguía siendo para mí, un extraño a pesar del tiempo con nosotros.

    Afortunadamente, no todo fue malo, yo recapacité a tiempo y me pude zafar de sus garras. Quise ayudar a mi familia alertándola del peligro que corría, pero mis palabras se perdieron, cayeron en el vacío, en la profundidad de lo inevitable.

    Desalentado, me encerré en mi habitación y pasé varias horas meditando, pensando alejado del ruido y de la influencia maligna que venía de la sala de mi propia casa. De un lado a otro caminé cabizbajo encerrado entre las cuatro paredes; por más que me esforzaba no encontraba salidas. En otras oportunidades había planteado a mi padre la posibilidad de sacar al extraño de la casa. La última vez que lo hice, me puso su mano en el pecho y con voz estentórea me dijo: eso jamás, primero sales tú, tenlo por seguro.

    No podía creer lo que sucedía en la casa, me desconcertaba la situación. Una madrugada —a eso de las 3:00— salté el muro que separaba mi casa de la del vecino, me había puesto de acuerdo con Julián para secuestrar al extraño (nunca lo llamé por su nombre). Toqué suavemente su puerta, al segundo golpe ésta se abrió y salió mi amigo con una excéntrica indumentaria, ahora que recuerdo se asemejaba al mismísimo Prince. Me dijo: “¿qué te parece?... es de mi creación. Yo le respondí con un suave gesto. Penetramos en silencio a mi casa, debo reconocer que hacer todo eso me sentaba muy mal, me recriminaba por tal acción. Sin embargo, continuamos con lo planeado; nos escondimos durante un buen rato detrás del sofá, para cercioramos de que todo estaba en orden. 

    Frente a nosotros se hallaba el extraño: grande, imponente, desafiante —no se imaginaba su destino. Julián lo alcanzó primero que yo, lo cubrió con una sábana azul y con un mecate lo ató. Entre los dos lo arrastramos hasta la puerta de casa, no había nadie en la calle, la noche estaba silenciosa y estrellada. Mis fuerzas y las de Julián fallaban a veces por el peso del extraño —unos 80 kilos aproximadamente—: nosotros éramos para ese entonces peso mosca. Como pudimos llegamos a las afueras de la ciudad, a un paraje solitario y frío, donde por lo común no se acercaban las personas por miedo a los fantasmas de la noche. Mi corazón estaba acelerado, creo que a unos 120 latidos por minuto, sudaba copiosamente, mi amigo parecía estar en iguales condiciones: no era de extrañar, íbamos a cometer un delito. De pronto, sentimos unos pasos que se acercaban rápidamente y aumentó nuestro nerviosismo, escuchamos también voces y el roce de metales. Julián y yo tomamos casi sin fuerzas la pesada carga y cuando nos disponíamos a lanzarla al vacío, una voz de mando nos dijo:

- ¡Alto ahí, ciudadanos!... policía... no se muevan porque disparo. Julián y yo nos quedamos petrificados al piso, nos mirábamos con terror:

—Vayan dándose lentamente la vuelta, sin trucos porque los quemo aquí mismo, —dijo la voz. Nos dimos la vuelta tal y como nos lo pedían... lentamente. Al mirar al policía una ráfaga me sacudió internamente, pero ya no de terror, sino de alegría.

    La imagen del policía se fue desvaneciendo y en su lugar cobró vida la de mi hermano Alejandro:

—Pero bueno Alejandro, ¿qué haces tú aquí? —pregunté exaltado por los nervios.

—Estoy aquí hermano, por lo mismo que tú. Vamos, lancemos al vacío esta carga, ya no soporto tampoco su intromisión en nuestras vidas. Entre los tres lanzamos al extraño al vacío, el silencio nos permitió escuchar cuando su cuerpo se estrelló contra las rocas, cuando todo su componente interno —en cierto modo su cerebro— a través del cual nos manipulaba, se quedaba engarzado entre las ramas de los árboles apostados a lo largo del barranco. Los tres sonreímos al mismo tiempo y nos estrechamos las manos como tantas veces lo habíamos hecho en señal de camaradería. Sentí después de muchos años, cómo renacía entre nosotros la alegría perdida aquella tarde de finales de los '50.

    Regresamos a la casa y al entrar en la sala, encontramos a mi padre abatido, desconsolado, igual a mi madre y a mi hermana. Disimulando tomé la palabra y dije: “¿Me pueden decir que pasó aquí? ¿Por qué esas caras? Respondió mi padre: “Unos desgraciados entraron a la casa y se robaron el televisor, no entiendo por qué no se robaron los cubiertos de plata o el reloj suizo enchapado en oro, tenía que ser el televisor, que fatalidad hijo... Y ustedes, ¿de dónde vienen? —preguntó extrañado. De un baile de carnaval papá, ya ves la pinta de Julián 
—dije sonriente.

    Los tres nos miramos de nuevo y la complicidad se hizo presente como en otros tiempos.

*Cuento publicado originalmente en el libro Paraíso olvidado (Consejo de Publicaciones de la ULA, 1996). En el año 2010 fue incorporado al libro Cuentos Antología personal del Vicerrectorado Administrativo de la ULA y ALEPH universitaria.



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El país político


 Por: Ricardo Gil Otaiza

El país político

    Una pequeña porción del país fue a las cuestionadas elecciones parlamentarias del domingo 6 de diciembre. No sé si quienes votaron lo hicieron con la convicción de estar eligiendo a los representantes de una Asamblea Nacional, o lo hicieron arriados por otras consideraciones (amenazas, presiones políticas, temor a ser excluidos de las dádivas del estado, u otros). Como se suponía, los representantes del oficialismo se quedaron con casi todos los curules, mientras que un pequeñísimo porcentaje de la torta se repartió entre los representantes de una supuesta oposición, que estaban en la contienda para hacerle el juego al gobierno (aquí llamados “alacranes”). Los pocos oposicionistas que de veras se postularon con la esperanza de darle un giro a la tragedia nacional (conozco varios), y lo hicieron con dignidad y su frente en alto, no alcanzaron el objetivo. Mientras tanto, algunos de los “líderes” quienes hasta hace algunos días se rasgaban las vestiduras diciendo a voz en grito que era posible ganarle al gobierno, y le dieron a ciegas un voto de confianza al sistema electoral, hoy inundan las redes con reclamos altisonantes y con amenazas de introducir querellas por las irregularidades que según ellos observaron en muchos centros de votación.

    En el medio de toda esta contienda estamos la mayoría de los venezolanos, enfermos de tanta falacia y doblez, hartos de dos décadas en las que vimos cómo el país se desmoronaba hasta llegar a los niveles de deterioro y miseria que hoy ostenta, frente a la mirada atónita del mundo. Una mayoría que no le cree ni el Padrenuestro de rodillas a los oficialistas, pero tampoco a los opositores, quienes teniendo muchas oportunidades a lo largo de todo este tiempo para revertir el caos y reestablecer la institucionalidad, no lo hicieron, y en su lugar se prestaron a un juego macabro y camaleónico con los resultados que hoy todos conocemos. Una mayoría que ya no cree en redentores, ni en salvadores, ni en ególatras que logran conjugar simpatías para venderlas al mayor postor, y luego largarse a un “exilio” con la promesa de resolver a la distancia (y a control remoto) lo que no les dio la gana (o no tuvieron las agallas ni la inteligencia) de hacer en persona. Una mayoría que sufre los embates de una monstruosa crisis económica que destruyó el signo monetario, que acabó con las industrias y las empresas, que liquidó a la clase media y nos convirtió en seres de lástima que requerimos con urgencia de ayuda humanitaria para sobrevivir.

    Se avizoran tempestades a partir de enero. Ya en campaña algunos de los jefes oficialistas adelantaron lo que vendrá una vez que tomen posesión de sus curules. Y ya no importará que decenas de países deslegitimen el proceso (como ya está sucediendo), porque por encima de todo habrá cacería de brujas (que ellos llaman justicia), y aquí más de uno tendrá que salir por los caminos verdes y “patitas pa qué te tengo” para no ir al pote por quién sabe cuánto tiempo. Aunque mal parezca, los candidatos oficiales más emblemáticos no prometieron leyes para frenar la hiperinflación, la crisis y la emergencia, para adecentar la educación, para regularizar la producción de gas y de gasolina, para dar prioridad a la alimentación y a la salud. No, no, no. La promesa reiterada en entrevistas y en debates fue en esencia echarle el guante a los denominados apátridas y vende-patria, que “buscaron una intervención armada de parte de los EEUU”. Suena más a venganza que a otra cosa.

    Los venezolanos anhelamos el reencuentro con el país que perdimos: que cesen ya los perversos factores que hacen posible la espiral inflacionaria que nos tiene contra la soga; que se reestablezca la institucionalidad, el equilibrio y el respeto entre los poderes públicos; que termine la persecución política, la criminalización y la cárcel para los opositores; que se abran los caminos para procesos electorales creíbles y transparentes; que el país político le dé paso al país de las grandes realizaciones en todos los órdenes de su acontecer; que retorne la esperanza perdida y que la gran mayoría de los millones de ciudadanos que tuvieron que emigrar por diversas razones, puedan ver en Venezuela un espacio para realizar sus sueños y regresen para emprender la compleja tarea de reconstrucción, que no será fácil, pero tampoco imposible porque otras naciones lo hicieron con éxito.


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Poema XXXV


Por: Ricardo Gil Otaiza


 XXXV

Sueños de antes en el esplendor de
mis días, cuando miraba al mun-
do sin temor. Atrás quedaron cosas
por hacer, promesas rotas,
caminos no transitados y otros per-
didos en el trastero de la memoria.

Me decanto en el verso, me afano en
sus designios y es entonces cuando
alcanzo a ver más allá del presente.
La mirada cambia como lo hace la
piel, y en ese mudar de espejos la rea-
lidad trasciende al deseo para hacer-
se ignota y profunda.

La edad es necesariamente recuento,
es ir en sentido inverso y explorar el ayer;
es reinventar un poco la historia creyendo
dejar zanjados los haberes, como si con
eso pudiésemos recomponer pedazos
de nosotros desperdigados para siempre.

Qué solos vamos quedando, huérfanos
tal vez de ilusiones, exánimes de tan-
to trajinar, cargados de triunfos y de-
rrotas. La vida pareciera una ruleta
que con cada giro nos jugamos todo,
incluso la noción de un paraíso; del
Ser y del ahora.


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OBRAS DE RICARDO GIL OTAIZA


 

OBRAS DE RICARDO GIL OTAIZA

1) Espacio sin límite (Novela, 1995), Consejo de Publicaciones de la ULA, 284 páginas.

Reseña de la contraportada: Espacio sin límite es una novela en la que se nos narra el poder incontenible –a veces destructor– de la imaginación y fantasía del ser humano. Ramiro Valbuena representa la pasión, la ironía, el sarcasmo y la creatividad en sus más altos niveles de desarrollo, pero también es el irrespeto, la voluptuosidad, los sueños y el vagar sin norte fijo por el mundo, transformándose –sin proponérselo– en el Don Quijote moderno que marcha ineludiblemente hacia la soledad como sinónimo de muerte. Pantaleón Zapata es el hombre bueno, inocente, ingenuo, que hace de las “aventuras” de su inseparable y fiel amigo Ramiro, su única e irrenunciable realidad. Todo se conjuga en una historia con multiplicidad de vertientes y formas, que mantiene al lector en constante expectativa, y el cual se siente identificado con muchas de las situaciones  en ella planteadas. La universalidad del mundo de los personajes no se queda en las ruidosas calles de la metrópoli caraqueña, sino que trasciende y toma como escenario algún lugar remoto de la inquieta y convulsionada Latinoamérica.

2) Paraíso olvidado (Cuentos, 1996), Consejo de Publicaciones de la ULA, 108 páginas.

Reseña de la contraportada: “Si alguna impronta  puede reconocerse en los cuentos que nos presenta Ricardo Gil Otaiza es su extraña sencillez. Desprovistos de cualquier aspaviento literario, no hacen gala de un manejo erudito del lenguaje. Así logra el autor construirse una expresión curiosa y original que asombra por sus vuelcos inesperados. Sumiéndose en el submundo de la vida común de ciudades y pueblos, las historias de los textos nos llevan a través de un periplo hilvanado desde la memoria, el único lugar de lo verdaderamente real, según Marcel Proust. Allí tenemos acceso a la tragedia cotidiana de personajes demasiado comunes para permanecer indiferentes ante ellos. Somos testigos del decurso de sus vidas que se extienden por sendas tortuosas –y he aquí otro pivote de la extraña simplicidad de estos relatos–, hasta desembocar en desenlaces que no podemos prever e intuir. Esta imprevisibilidad de la trama y su discurso simple, que se estructura en tono de confesión, originan mucha de la tensión que se percibe en los cuentos.” (Tomado de la Nota ad limina de José Francisco Velásquez Gago)

3) Plantas usuales en la medicina popular venezolana (Divulgación científica, 1997), Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico de la ULA, 211 páginas.

Reseña de la contraportada: El creciente interés de la población venezolana por la medicina Herbaria, aumenta en la medida que avanza el deterioro de la calidad de vida, y que se hace más difícil el acceso de un grueso número de compatriotas a la denominada Medicina Alopática o Académica. No obstante, el hombre común, el estudiante universitario, el profesional y el especialista, ven con preocupación la proliferación de toda una suerte de charlatanes que intentan hacerse de la credibilidad del colectivo. Surge de inmediato la necesidad de contar con herramientas serias, producto de investigaciones, que puedan llenar el vacío existente a nivel de bibliografía de esta importante y desasistida área del conocimiento. Plantas usuales en la medicina popular venezolana nace de una investigación etnobotánica avalada por el CDCHT-ULA (bajo el proyecto titulado: Plantas medicinales de la ciudad de Mérida) la cual indagó en un universo poblacional de más de 1.400 personas, acerca de la utilización de especies medicinales, sus nombres comunes, los usos, las dosis, los órganos vegetales involucrados y los efectos colaterales. A lo largo de dos años su autor, y un grupo de estudiantes universitarios, se dieron a la fatigosa tarea de visitar casa por casa, persona a persona, con el ánimo de captar la información etnobotánica que ha ido pasando de generación en generación y que tiende a perderse en la neblina de los tiempos. Fue voluminoso el material coleccionado que tuvo que ser sistematizado con el fin de presentarlo de una manera sencilla –aunque sin perder el rigor científico– con el ánimo de contribuir al mayor y mejor conocimiento de la muy vasta flora medicinal venezolana y para el provecho de la comunidad.

La información obtenida de la investigación fue enriquecida con numerosos aspectos atinentes a las plantas; tales como: nombres científicos, familias botánicas, carácter químico predominante, descripción botánica y un glosario de términos médicos y botánicos. Se incluyen más de cien ilustraciones en blanco y negro realizadas directamente de material fresco, para facilitar el reconocimiento de las plantas por parte del amplio público al cual va dirigido el libro.

4) El otro lado de la pared (Cuentos, 1998), Consejo de Publicaciones de la ULA, 98 páginas.

Reseña de la contraportada: “La narrativa de Ricardo Gil Otaiza es un buceo contumaz en la realidad inmediata de la gente, del mundo, de las cosas, donde el autor se detiene con calmada, tenue y amable complicidad, siempre con ánimo de mejor explicar y explicarse del ambiente problematizado en el cual nos movemos.

Mucho hay que seguir esperando del trabajo y los días de este benevolente inquisidor de los entresijos del alma humana y de las virtudes salutíferas de las yerbas y de las plantas en general.” Denzil Romero

5) Corriente profunda (Poesía, 1998), Vicerrectorado Académico de la ULA, 111 páginas.

Reseña de la contraportada: “Celebro que la iniciación poética de Ricardo Gil Otaiza no esté signada por la expresión fatua, la exaltación de una naturaleza cansada de nada originales elogios. Interioriza, explora su propio pensamiento frente a la perplejidad de un mundo agotado de podredumbre.

Sus preocupaciones ontológicas ante su percepción extramuros, que todo auténtico poeta y narrador debería exhibir, convierten su escritura poética en múltiples y estremecedores testimonios.

En un libro en el cual lucubra respecto a la mundanidad, el afamado filósofo español Julián Marías sostuvo “que el mundo es este mundo determinado y no otro, y que la palabra mundo identifica a la Tierra”. Empero, yo digo que el Hombre es el instrumento racional del mundo y la palabra poética –es decir, metafísicamente cuanto precede a todo– su máxima representación. Por ello Gil Otaiza no yerra: la poesía ha de ser –cuando no parecer– formulación filosófica. Porque, únicamente bajo tales características será siempre superior.”  (Tomado del Prólogo a lo profundo de una corriente de Alberto Jiménez Ure)

6) Una línea indecisa (Novela, 1999). Monte Ávila Editores Latinoamericana y CDCHT de la ULA, 110 páginas.

Reseña de la contraportada: Asumir la vida del otro desde una singular perspectiva es el eje central de esta novela de Ricardo Gil Otaiza. En ella se ficcionalizan los aspectos más significativos de la vida del más insigne poeta romántico venezolano, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), a través del monólogo interior de su hermana Elodia Carolina, que avanza y retrocede en una constante indagación de la memoria y en ocasiones cede la palabra a una serie de cartas imaginarias intercambiadas entre ella y el poeta. Según Lubio Cardozo, “la grata riqueza expresiva de Una línea indecisa no le permitirá pasar desapercibida al lector contemporáneo. En esta novela se encuentra un mundo espiritual venezolano muy fino y muy propio de los ambientes familiares de fines del siglo XIX”.

7) Breve diccionario de plantas medicinales (Divulgación científica, 1999). Los Libros de El Nacional, 247 páginas.

Reseña de la contraportada: La medicina herbaria nace con el hombre. Este lento proceso de aprendizaje vinculado a la sobrevivencia continúa a lo largo de la historia de la civilización humana; recordemos por ejemplo la figura de Hipócrates, padre de la medicina y propulsor de la idea de llevar una vida sana y equilibrada, o la famosa escuela de Salerno, de notoria influencia en la Europa medieval. El uso de las plantas medicinales constituye pues una rica y antigua tradición que se mantiene viva en la cultura popular y es cada vez más valorada por la sociedad entera.

En este Breve diccionario de plantas medicinales, el lector encontrará útil información terapéutica acerca de plantas de uso cotidiano en la cocina, como el ajo, la zanahoria o el perejil, pasando por hierbas perfumadas como como el toronjil, la menta o el simple té, hasta frutales tan familiares como la patilla, el mango o la manzana. Producto de una intensa y exhaustiva investigación etnobotánica llevada a cabo por Ricardo Gil Otaiza, joven científico de la Universidad de Los Andes, este diccionario profusamente ilustrado aspiraa convertirse  en una confiable fuente de consulta y referencia para todos aquellos amantes de la medicina natural.

8) La universidad como proyecto de Estado. Misión y visión de la universidad autónoma venezolana (Estudio, 2000). Vicerrectorado Académico de la ULA, 155 páginas.

Reseña de la contraportada: El análisis de la congruencia entre el sentido de lo que es y lo que debe ser la educación superior en Venezuela es tema de profunda actualidad porque estamos en un momento estelarísimo de nuestra historia en donde debemos comprender a cabalidad el significado de nuestro destino. Para ello es necesario analizar lo que tenemos y de dónde vienen las fuentes que lo inspiran. A partir del reconocimiento de qué es lo propio, lo mezclado y lo producido, podremos desde un SUJETO que CONOCE orientar lo qque queremos. Un trabajo que como éste apunta al reconocimiento de la práctica cotidiana de un fenómeno, es indiscutiblemente valioso para la reflexión y toma de decisiones que están en nuestras manos. (Tomado del Proemio de Ernestina Galíndez M.)

9) Manual del vencedor (Poesía, 2001). Talleres Gráficos Universitarios, 109 páginas.

10) Hombre solitario y otros relatos (Cuentos, 2002). Consejo de Publicaciones ULA, 162 páginas

Reseña de la contraportada: Hombre solitario es un compendio de relatos en el que se plasma la tragedia del ser humano contemporáneo, sin que se pierda de vista la posibilidad de redención. En los textos (cuya totalidad toma el título del cuento de mayor extensión) se hurga con pasmoso interés en el héroe anónimo derrotado (el antihéroe); ese personaje que deja tras de sí huellas de dolor y de frustración. Empero, el libro no muestra carácter pesimista, sino que se yergue sobre la realidad de sus personajes fundamentales: el amor, la amistad, la lealtad y el altruismo. Cada relato –a pesar de responder a una unidad interna– mantiene, per se, su individualidad, lo que posibilita una lectura desde cualquier ángulo, sin que por ello el lector se extravíe o se agote en el intento.

En Hombre solitario la universalidad de las historias y de los personajes favorece su comprensión por parte de todo público, que en cualquiera de los relatos sentirá la situación como suya, tal como si hubiese sido calcada de su entorno consustancial y particular. Las tragedias narradas forman parte de la otra cara del ser humano, sin llegar necesariamente al extremo de la crueldad o del amarillismo sensorial y perceptivo. Por otra parte, cada narración guarda dentro de sí elementos que le serán atractivos al lector de hoy, tales como: la aventura, el suspenso, el erotismo, la pasión y el humor. En cuanto a las técnicas narrativas, el autor hace uso de diversos elementos  que le imprimen a las narraciones agilidad e interés, ya sea preconizando un comienzo lineal y un final en retruécano, o conduciendo al lector a una cima en la que todo es posible, pero nada es previsible. En algunos textos el final es sorpresivo; en otros, se utiliza la técnica narrativa de la novela en la que se describen al detalle los ambientes, mientras que los personajes son llevados hacia un derrotero común, en el que el destino se cierra sobre sí mismo dejando una sensación orgiástica y vital.

11) Herbolario tradicional venezolano (Divulgación científica, 2003, 2005, 2009), en coautoría con Juan Carmona Arzola. Consejo de Publicaciones de la ULA, 221 páginas.

Reseña de la contraportada: El vocablo “herbolario” tiene distintas acepciones según la Real Academia de la Lengua Española. En todo caso, tiene implicaciones prácticas a la hora de abordar actividades que atañen más o menos directamente a las plantas medicinales y sus usos terapéuticos. Circunscribiéndonos entonces a ese amplio espectro de implicaciones lingüísticas sometemos a consideración de los lectores el presente libro, que nace de una exhaustiva y profusa actividad etnobotánica en Lagunillas, interesante y hermosa zona de los Andes venezolanos en la que se amalgaman viejas tradiciones orales transmitidas de generación en generación.

Al afirmar que este libro nace de una actividad etnobotánica nos referimos en todo caso al producto de una exploración científica en la que la relación hombre-medio entorno cumple una importantísima función, pues la biodiversidad vegetal de la zona ha surtido de remedios –desde tiempos inmemoriales– a sus habitantes. Múltiples exploraciones de indagación, así como un contacto permanente con las comunidades, fueron necesarios para recopilar importante información sobre el uso de las especies vegetales medicinales, sus métodos de preparación y las dosis terapéuticas recomendadas por la tradición oral.

Hemos incluido como complemento otros aspectos que forman parte de las ciencias sociales, muy útiles en la decodificación cultural de la población en estudio.

12) En el tintero Volumen I (Artículos y Ensayos, 2004). Ediciones del rectorado de la ULA, 459 páginas.

Reseña de la contraportada: Como en una gran fiesta discursiva, en estos volúmenes que nos entrega Ricardo Gil Otaiza, encontramos diversidad de textos que nos llevan a indagar en las profundidades de una cotidianidad que muchas veces desborda los sentidos, y nos coloca ante la perplejidad y deleite de lo francamente inverosímil, o de lo estoicamente verdadero. De la mano del ensayo, de la crónica, del cuento, o de la parodia, el autor se interna en el inconsciente colectivo, para intentar –¿en vano?– dar respuesta a sus propias interrogantes existenciales, y así acompañarnos en el complejo viaje vital a través de la irreverencia de la palabra.

En el tintero constituye una suerte de vitrina, cuya intención no se queda solo en el mero análisis intelectual de un fenómeno social, sino que busca explorar en su génesis para captar en toda su magnitud la naturaleza de lo contado. En estos escritos (algunos de ellos con más de diez años de data) el autor parte de lo sencillo y de lo trivial –con a inocultable esperanza de alcanzar lo universal–, dejando muy sentado que cada página, cada texto, cada entrega, es de por sí toda una aventura personal, intelectual y literaria, que lo empuja semana a semana a continuar indagando en el complejo mundo de las formas, y hasta de lo intangible.

13) En el tintero Volumen II (Ensayos y Artículos, 2004). Ediciones del Rectorado de la ULA, 501 páginas. 

14) Ser felices por siempre (Ensayo filosófico, 2005, 2014). Publicaciones del Vicerrectorado Académico de la ULA, 184 páginas. Ediciones San Pablo, 158 páginas.

Reseña de la contraportada: Es un atávico deseo de la humanidad y muy pocas personas a lo largo de la historia han manifestado haber vivido ese estado supremo, esa cumbre máxima de realización total. Es más, los santos han tenido una existencia plena de sufrimientos y de privaciones, y han reconocido que sólo es posible alcanzar la felicidad en un estado de gracia y de comunicación con un Ser Supremo. Nosotros –más mundanos y con mensos santidad– no podemos darnos el lujo de aspirar a establecer contacto con una deidad para alcanzar el gozo pleno, la dicha y la felicidad. Buscamos atajos, caminos cortos, intentamos trochas y es allí donde quedamos ciegos frente a hechos, personas y circunstancias que pudieran significar para nosotros bocetos de cielo y pedacitos del ansiado paraíso terrenal.

15) Los libros todavía estaban allí. Ensayos de literatura contemporánea (Ensayos, 2006). Consejo de Publicaciones de la ULA, 249 páginas.

Reseña de la contraportada: En Los libros todavía estaban allí. Ensayos de literatura contemporánea, Ricardo Gil Otaiza nos presenta una obra a través de la cual discurre en torno a su propia visión literaria, acercándonos a autores y a obras fundamentales de nuestro tiempo como elementos clave para la comprensión del mundo y de lo verdaderamente humano.

El autor, a lo largo de estas páginas, nos refiere a viejas y frescas voces literarias que se entretejen a partir de la plataforma de un denso tejido argumental: crítica y reflexión, disfrute y pasión, análisis y experiencia personal… deja así sembrada en el lector el ansia de acercarse al libro como objeto y como sujeto, y de ser ganado para siempre al deseo monterrosiano de despertar y encontrarse todavía allí, en medio de ellos.   

16) Tulio Febres Cordero (Biografía, 2007) Vol. 60. Biblioteca Biográfica Venezolana. El Nacional. Bancaribe, 133 páginas.

Reseña de la contraportada: “Esta biografía de Tulio Febres Cordero escrita por Ricardo Gil Otaiza es el redescubrimiento de un intelectual que, sin desdeñar el mundo exterior, se aferró a su tierra natal y le dedicó todos sus desvelos de escritor. Don Tulio repartió su vida de por mitad en los siglos XIX y XX, pues nació en Mérida en 1860 y murió allá en 1938. Conoció los años del aislamiento absoluto de los Andes y también los años en que su ciudad pudo comunicarse con el resto del país, del caballo al automóvil.

Aun cuando en Mérida se le consideró patriarca de las letras, la fama de escritor no trascendió de sus montañas: él mismo se obstinó en mirar hacia adentro, arraigar en su tierra y contar su historia, sus anales, leyendas, fábulas y mitos. Aun cuando de origen de discreta alcurnia, como lo relata con sutileza Gil Otaiza, don Tulio amaba el trabajo en todas sus formas. Fue zapatero y relojero, quizás por afanes de curiosidad, pero fundamentalmente impresos y tipógrafo, y con la tipografía solía darle riendas a la imaginación.

Autor de obra vasta y variada, en los albores del siglo XX escribió Don Quijote en América o sea la cuarta salida del ingenioso Hidalgo de La Mancha, en cuyas páginas exhibió cultura y gracia. “El escritor merideño por ese prodigio… luce hoy como un autor adelantado a su época, anota Gil Otaiza, para quien la intertextualidad no era problema a la hora de buscar una solución creíble y verosímil a su propia desmesura”. Ante los positivistas que dominan la escena, “Don Tulio se levanta con su obra para denunciar el empeño del denominado e idolatrado progreso en pretender revertir el orden natural de las cosas”. Esta es la primera biografía que se escribe sobre un personaje fundamental de nuestra cultura. (Simón Alberto Consalvi)

17) Perspectivas de la educación superior venezolana en un mundo globalizado (Estudio, 2007). Consejo de Publicaciones de la ULA, 233 páginas.

Reseña de la contraportada: En este libro, el autor nos propone la reflexión permanente en torno al álgido y problemático tema de la educación superior venezolana, y de manera particular de las universidades autónomas, en donde ha ejercido la docencia durante largo tiempo. Sobre la base de diversas concepciones filosóficas y epistemológicas que buscan la excelencia en el quehacer de la universidad venezolana, Gil Otaiza nos aproxima a la comprensión de sus opciones como institución: seguir fungiendo de espejo de una sociedad enferma, en crisis, que no ha podido develar su propio camino, o, por el contrario, ser definitivamente “la casa que vence las sombras”. Sin pretensiones de querer sentar cátedra sobre la materia, el autor nos hace cómplices de sus no-certezas, y nos invita a seguirle en su infatigable búsqueda académica por los senderos de la palabra escrita.

18) El extraño vicio de escribir. Ensayos de literatura contemporánea (Ensayos, 2011). Consejo de Publicaciones de la ULA, 230 páginas.

Reseña de la contraportada: El mismo autor de Los libros todavía estaban allí. Ensayos de literatura contemporánea (Consejo de Publicaciones, 2006) regresa con otro libro sobre su experiencia de lectura y escritura. En El extraño vicio de escribir. Ensayos de literatura contemporánea, Gil Otaiza entrega 50 textos  breves que nos guían por los caminos de la literatura y de sus más conspicuos creadores de la actualidad, agregándose a ello la peculiaridad de que en algunos de ellos nos cuenta cómo ha sido su propio proceso creativo. El autor reflexiona sobre su obra y fija posición crítica ante ella para desvelarnos los profundos mecanismos conscientes e inconscientes que llevan a un escritor a construir ensayo y narrativa sin perderse en el intento. 

19) Tulio Febres Cordero genio y figura (Ensayos, 2010). Consejo de Publicaciones de la ULA, 115 páginas.

Reseña de la contraportada: En esta ocasión, Gil Otaiza quiso reunir en un solo libro varios de los textos que sobre la obra y figura de Tulio Febres Cordero (1860-1938) ha escrito en los últimos tiempos, porque –según él– siente que en el 450 aniversario de la Mérida que tanto amó nuestro querido e ilustre personaje es un modesto homenaje que rinde a la ciudad que lo vio nacer y que hoy vemos -lamentablemente– tan desmerecida. ¿Por qué Tulio Febres Cordero? Por una razón muy sencilla: él representa el arquetipo del intelectual comprometido, emblemático, que no dio descanso a su pluma para vivificar con ella su pequeña y bucólica urbe.

20) Trilogía de espectros (Cuentos, 2010). Fondo de Publicaciones de la Asociación de Profesores de la ULA, 103 páginas.

Primer Premio narrativa APULA 2008

Reseña de la contraportada: En Trilogía de espectros asistimos al encuentro de diversos mundos narrativos que, desde la posibilidad estética del cuento, abordan la realidad en un in crescendo solo verificable a través del cotejo de cada historia y de cada personaje. En estos relatos hallamos la complejidad de existencias marcadas por destinos distintos, por visiones contrapuestas, por derroteros urdidos desde la cotidianidad, que paradójicamente hacen inexistentes los límites entre lo real y lo ficcional.

Nos topamos, pues, con tres libros fundidos en uno solo, que representan un continuum, una misma experiencia literaria, que al abrirse en disímiles espectros sensoriales nos permiten acercarnos al denso entramado de la certeza y de la incertidumbre de la humano.

21) Tiempos complejos ¿Fin del método científico? (Ensayo filosófico, 2010, 2013). Fondo de Publicaciones de Asociación de Profesores de la ULA, 154 páginas. Vicerrectorado Administrativo de la ULA, 145 páginas.

Primer Premio Ensayo APULA 2008.

Reseña de la contraportada: Solemos simplificar la realidad a los efectos de comprenderla, de asirla, de interpretarla. Es decir, en nuestro afán didáctico buscamos respuestas donde solo podemos hallar preguntas. No logramos ubicar en nuestro contexto mental y cognitivo las claves para una comprensión fenomenológica, que muchas veces escapa a nuestras posibilidades intelectuales.

Nos hallamos en un punto de inflexión de la historia de la humanidad y del conocimiento en el que los cimientos del paradigma newtoniano-cartesiano-kantiano, sobre los que se edificaron los recientes siglos de la civilización occidental, están siendo realmente interpelados.

Visto el panorama paradigmático presente, no podemos menos que analizar su vasta implicación en nuestras vidas. Definitivamente, la ciencia, tal y como siempre la habíamos concebido (antes y después de ella no hay realidad posible), hoy está siendo cuestionada para que responda a las necesidades sociales y planetarias. 

22) Jiménez Ure ante la crítica gilotaiziana (Crítica Literaria, 2010), Vicerrectorado Académico de la ULA, 133 páginas.

Reseña de la contraportada: Se reúnen los diversos ensayos que Ricardo Gil Otaiza ha publicado en la prensa nacional, y en diversas revistas literarias, en torno de la obra y de la figura del poeta, ensayista, novelista, cuentista, filósofo y articulista venezolano Alberto Jiménez Ure. Se incluye además un diálogo en la TV-ULA entre Gil Otaiza y Jiménez Ure y la entrevista que Gil Otaiza le hiciera a  Jiménez Ure, titulada: ¿Una escritura bajo el signo de la perversión?

23) Cuentos (Antología personal) (Cuentos, 2010). Vicerrectorado Administrativo de la ULA. ALEPH Universitaria, 261 páginas.

Reseña de la contraportada: Estamos ante el narrador vanguardista más importante y talentoso de su generación (Década de los Años 90/XX). Entre sus más sobresalientes libros, mencionaremos: Espacio sin límite (Novela, 1985), Paraíso olvidado (Cuentos, 1996) y más recientemente Trilogía de espectros (Cuentos, 2010). Escritor polifacético y varias veces galardonado, con indiscutible acierto también ha publicado ensayos literarios y trabajos científicos. La presente antología (compilación personal) reúne lo que el autor considera que son sus mejores relatos, escritos durante más de dos décadas de ininterrumpida labor literaria.

24) Breve diccionario del naturismo (Divulgación científica, 2010). Los Libros de El Nacional, 127 páginas.

Reseña de la contraportada: Mantener una vida saludable resulta, hoy en día, una tarea ardua. Con la velocidad vertiginosa de la modernidad hemos olvidado los beneficios que las plantas le han ofrecido al hombre desde tiempos inmemoriales,, una tradición oral que ofrece remedios y soluciones a problemas comunes de la salud. Ya sea un fuerte dolor de cabeza o problemas gástricos, la medicina natural complemente la llamada tradicional, para así poder alcanzar una vida plena tanto física como espiritualmente.

El naturismo es más que el uso de plantas medicinales, es una forma de vida que ofrece simples recetas para preparar en casa, ejercicios y prácticas espirituales.

Este breve diccionario reúne conceptos básicos relacionados con el naturismo, aquí encontrará no solo la definición de la terminología sino también recomendaciones y recetas prácticas, heredadas de esa tradición oral, que nos ayudan a mantener una vida saludable. Escrito de manera clara y sencilla por una autoridad en la materia, este libro le ofrece al lector interesado en las prácticas naturistas, los conceptos usados por los especialistas, personajes y tendencias en materia de naturismo.   

25) Universidad de Los Andes fundación en tres actos y un epílogo (Ensayo, 2010). Consejo de Publicaciones de la ULA, 60 páginas.

Reseña de la contraportada: La colección BICENTENARIO DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES constituye un esfuerzo del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes para editar un grupo de ensayos de profesores-investigadores, fundamentalmente de la Universidad de Los Andes, pero también de otras universidades del país, en torno a la efemérides del 21 de septiembre de 1810, fecha en la que se expide el decreto de la Junta Gubernativa de la provincia que crea la Real Universidad de San Buenaventura de Mérida de los caballeros. Esta colección integra algunos testimonios y fundamentalmente la historia y enfoques sobre tal acontecimiento, buscando así acrecentar el patrimonio humanístico del país y especialmente de nuestra universidad.

26) La impronta intercultural como arquetipo en el mundo de Tulio Febres Cordero (Ensayo, 2010). Consejo de Publicaciones de la ULA, 62 páginas.

Reseña de la contraportada: La COLECCIÓN SEQUISCENTENARIO DON TULIO FEBRES CORDERO constituye un esfuerzo del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes por editar un grupo de ensayos de profesores-investigadores de la Universidad de Los Andes en torno a los ciento cincuenta años del nacimiento de Don Tulio Febres Cordero como escritor, ícono y figura de las letras merideñas y venezolanas. Esta colección integra algunos testimonios y enfoque sobre la obra y pensamiento de Don Tulio Febres Cordero, buscando así acrecentar el patrimonio humanístico del país y especialmente de Mérida y nuestra universidad.

27) El papel contra el olvido (Ensayos, 2011). Consejo de Publicaciones de la ULA, 327 páginas.

Reseña de la contraportada: En El papel contra el olvido hallamos la confluencia de disímiles textos ensayísticos nacidos en tiempos distintos, pero que parten del común denominador de referirse a autores (algunos de ellos clásicos contemporáneos) y a sus obras literarias. Cada texto fue pensado desde la pasión por la palabra impresa, y responde a la necesidad de hacer de la lectura un proceso de enriquecimiento, ergo, de introspección personal.

La palabra eternizada en el papel continúa siendo en nuestros días una opción fundamental frente a la desmemoria colectiva –frente al olvido– que amenaza con convertirse en el emblema de una civilización de lo electrónico y de lo virtual, que se empeña –quizás con éxito– en hacer del libro tradicional un bien cultural (¿objeto?) en franco proceso de obsolescencia.

28) Lector de libros. Ensayos de literatura contemporánea (Ensayos, 2014), 289 páginas.

Reseña de la contraportada: La vida del texto de periódico es breve, efímera, y con ella el interés que suscita entre quienes se acercan a él (aunque he vivido casos de artículos que han pasado la prueba de fuego del tiempo y aún después de años siguen siendo leídos y analizados en diversos contextos intelectuales y académicos). La vida del libro aspira a ser más larga (eterna), aunque con la “novedad” literaria mueren a diario cientos de miles de libros en todo el orbe, que en algún momento aspiraron a quedarse para siempre. Empero, si se tiene un lector, el libro perdura no sólo durante el tiempo de la lectura, sino también hasta que su proceso se haga memoria y eternidad. Brevedad y eternidad son, pues, dos caras de una misma moneda: la palabra escrita.

29) Notas de pie de página (Ensayos, 2016). Fundación para el desarrollo cultural de Estado Mérida FUNDECEM, 235 páginas.

Reseña de la contraportada: Una palabra, una frase, una oración, o una simple nota, bastan para que en la mente del autor se genere una combustión (mecanismo de acción), que termine en “algo” original y novedoso. Así nace la obra en toda su connotación epistémica y teleológica. En lo particular, considero que estos textos conjuntados en el tomo que he titulado Notas de pie de página, y que hoy tiene en sus manos, son dignos de llegar a libro y no queden así en ese limbo que constituye la etérea página del periódico, que termina siendo instrumento para otros quehaceres ajenos al terreno de lo intelectual y de la creación, hasta caer en el silencio. Con el libro (destino anhelado por todo creador literario) estas piezas de seguro tendrán mayores posibilidades de vida.

30) Sabía que era inmortal (Novela, 2016). Editorial Equinoccio. El Estilete, 392 páginas.

Reseña de la contraportada:  Un escritor mexicano realiza una búsqueda e Internet de su apellido y el resultado será una misteriosa conexión con su pasado remoto en los Andes venezolanos, lo que lo empujará a una investigación histórica y literaria de algo más de algo más que el argumento para su siguiente novela. Construida sobre una trama que cuenta dos historias separadas por varios siglos, Sabía que era inmortal nos presenta un rico juego de desplazamientos, en el que la identidad, la voz narrativa, los móviles de los personajes y las dimensiones de la narración se cruzan y mezclan tantas veces y con tanta astucia que el lector deberá sumergirse en su universo para seguirle la pista al narrador. Y como un personaje más, ayudará a correr la cortina que oculta a los nombres olvidados de la historia para enmendar los errores y compensar las faltas pasadas gracias al inagotable poder de la literatura, personaje principal de esta novela.

El autor logra llevarnos por un viaje a las raíces, siempre hacia adelante y lleno de descubrimientos, para hacer examen de quiénes somos y de quiénes podemos ser.  (Bernardo Navarro Villarreal)

31) El gesto de ensayar (Ensayos, 2017). Editorial Académica Española, 311 páginas.

Reseña de la contraportada: Al presente volumen lo constituyen diversidad de textos ensayísticos (148 en total) de corte literario y académico (remembranza, crítica, recensión de obras, crónica, Ars literaria, filosofía de la ciencia, epistemología, ecología, etc.), breves en su mayoría, en los que ausculto, exploro, espío y fisgoneo en las obras literarias de autores venezolanos, latinoamericanos y también europeos. Incluyo además textos de corte filosófico-reflexivo, en los que merodeo en torno de la realidad científica y planetaria y en sus crueles artificios que afectan a diario nuestras vidas. La totalidad de las piezas incluidas en el tomo han visto luz en la gran prensa nacional venezolana; no así bajo la forma libresca. Cada texto fue pensado y escrito para terminar en libro, y para que lectores de distintos contextos y latitudes vean reflejados en ellos sus propias realidades y pensamientos.

32) Pronto llega octubre (Memorias, 2020). JustFiction! Edition, 229 páginas.

Reseña de la contraportada: He llegado a la madurez de mi vida y de mi obra, al “octubre de la existencia”, y es ahora cuando siento la necesidad de expresar recuerdos, instantes, momentos vividos al calor del hogar paterno, o de la vida familiar, profesional y literaria. La edad cae encima como el sol de mediodía (o de la tarde, como quieran) y con su peso nos empuja a develar mucho de lo que llevamos dentro, y en el proceso nos hacemos libres. Llega el momento en el que nos planteamos como meta el recordar, como si con dicha tarea (muchas veces satisfactoria; otras, un tanto triste) reconstruyésemos parte de nuestra existencia, y pusiésemos en orden cosas apiladas con el correr de los años para así seguir adelante con mayor fuerza y determinación por los sinuosos caminos del mundo.

Les aseguro que estos textos representan lo más cercano que se pueda considerar como mis “memorias” (o des-memorias como las he llamado siempre), sólo que me resisto a suponer que una vida asumida a plenitud entre en un libro; porque la verdadera, la que se respira y transpira, la que se bate con las vicisitudes y los tropiezos del día a día, es imponderable y trasciende la cuadratura de una página.

33) Para no perder la cordura (Ensayos, 2020). JustFiction! Edition, 341 páginas.

Reseña de la contraportada. En el momento en el que preparo esta obra el mundo exterior (y mi propio mundo) se conmueve con una terrible pandemia, y la lectura y la escritura han sido (más que cualquier otro producto cultural: televisión, cine, juegos) mi tabla de salvación para no ser presa de la locura. Y si a esto aúno la inmensa crisis política, económica y social de Venezuela durante varios años, pues no quedan muchas explicaciones por dar.

El título acarrea en sí su propia ambigüedad: la literatura es también una suerte de desvarío, nos lo recuerda Cervantes.

De los 146 ensayos incluidos en el volumen, casi todos fueron escritos inicialmente para la gran prensa y algunos como trabajos académicos, pero todos hablan de mi pasión lectora y emergieron como catarsis o tal vez como aliciente en circunstancias duras de mi existencia.

34) La imagen que me contempla. Diarios 2019 (Diarios, 2020). JustFiction! Edition, 213 páginas.

Reseña de la contraportada: Este libro no fue nada fácil para mí, lo escribí desgranando los días de un año tormentoso, en el que me vi impelido a repensar mi existencia y a retomar mi destino.

El lector tiene en sus manos una gran diversidad de textos, y en muchos de ellos podrá ver contemplada su propia imagen. La experiencia vital que aquí descubro no es ajena a la de los otros: al final somos una misma humanidad a la que atenazan idénticas pasiones, y en ese amplio espectro de posibilidades se palpa en profundidad, o a flor de piel, la existencia, que es única y múltiple a la vez. Tú y yo reconociéndonos como seres iguales y distintos. ¡Todo un portento al que llamamos vida!  

35) El chico que leía a Borges poemas de amor (Cuentos, Inédito), 108 páginas.

Reseña para la contraportada: El volumen nació frente al asombro que me produce el poder constatar cómo la realidad calca a la literatura y muchas veces la supera (“…la realidad es desmesura, ambigüedad, artificio y asombro…”, lo dice uno de los personajes, como una manera de significar el poder de la fábula en nuestras vidas). Los artificios literarios se quedan cortos frente al desvarío propio del devenir, que con sus permanentes ramalazos azuza en el narrador su inventiva y enciende la chispa que echa a andar el proceso creador.

 

Compilador y Editor de cuatro libros

1) Cuentos de monte y culebra. Antología (Cuentos, 2009). Compiladores: Ricardo Gil Otaiza y Alirio Pérez Lo Presti. Consejo de Publicaciones de la ULA, 150 páginas.

Reseña de la contraportada: Cuentos de monte y culebra nace como respuesta  a la paradójica negación del “otro”, como una necesidad imperiosa de decir al país total que el talento literario no es una suerte de deseo concedido por un “genio” a una élite que ha usufrutuado (y lo sigue haciendo, por cierto) prebendas, aapoyos y toda suerte de dádivas para que “aflore” y muestre el talento, y es por lo tanto su supremacía (¡qué más da!, la lámpara maravillosa de Aladino no la podemos encontrar todos, así de sencillo).

2) Figuras de la merideñidad Vol. I (Ensayos biográficos, 2015). Editores académicos: Ricardo Gil Otaiza y Luis Ricardo Dávila. Vicerrectorado Administrativo ULA, Gráficas El Portatítulo, Academia de Mérida, Seccional de Profesores Jubilados de la APULA y Consejo de Publicaciones de la ULA, 491 páginas.

Reseña de la contraportada: Conscientes de la necesidad que tenemos de conocer nuestro pasado para comprender el presente, y de rendir homenaje a quienes han dado a Mérida su posición de preeminencia, entregamos Figuras de la merideñidad que, a manera de receptáculo, recoge la vida y la obra de 20 personajes insoslayables (nacidos o no en estas tierras), y cuya impronta civilizatoria y legado resaltan en la pluma de reconocidos autores, quienes han dado lo mejor de su talento para hacer de esta obra una fuente de obligada consulta, y referente inexorable de aquellos que son ya parte consustancial de las páginas de su historia.

3) Gerencia para el desarrollo humano. Unidad en la diversidad Vol. I (Estudios, 2016). Editores Académicos: Ricardo Gil Otaiza, Gladys Becerra Depablos y Mauro Briceño. Publicaciones del Vicerrectorado Académico de la ULA, 312 páginas.

Reseña de la contraportada:

El Libro

Con este primer volumen intitulado Gerencia para el desarrollo humano. Unidad en la diversidad, que tiene en sus manos, se agrega un nuevo producto académico derivado del Programa de Estudio Postdoctoral homónimo, primero en su estilo en la Universidad de Los Andes. Convergen en este denso tomo disímiles trabajos (20 en total), que vendrían a constituir la visión plural (y compleja) de los doctores participantes de la cohorte que diera inicio a la era postdoctoral en el seno de nuestra alma mater en torno a la inmensa problemática del hombre y la mujer de nuestros tiempos. Por su carácter multi y transdisciplinario, estos textos pasan desde ya a erigirse  en puntos de referencia insoslayables en eso que el autor Fritjof Capra ha institucionalizado como la “trama de la vida”. Es decir, la permanente interrelación (e inter-retroacción) entre los elementos constituyentes de la biosfera y que posibilitan a la vida, en todas sus manifestaciones, su prosecución en el tiempo.

Sin duda, un libro con sustanciales aportes para la comprensión de nuestra condición humana.

4) Gerencia para el desarrollo humano. Unidad en la diversidad Vol. II (Estudios, 2018). Editores Académicos: Ricardo Gil Otaiza, Gladys Becerra Depablos y Mauro Briceño. Publicaciones del Vicerrectorado Académico de la ULA,  306 páginas.

Reseña de la contraportada:

El Libro

Les entregamos a los lectores el segundo volumen de Gerencia para el Desarrollo Humano. Unidad en la diversidad, producto a su vez de las investigaciones realizadas por los integrantes de la segunda cohorte del postdoctorado del mismo nombre. El tomo consta de 15 artículos científicos desarrollados a lo largo del Programa Postdoctoral (1 año de trabajo académico), que viene a corroborar uno de los objetivos planteados desde hace años cuando le presentamos el proyecto a la Universidad de Los Andes: la generación de conocimiento. Desde ópticas diversas (esfuerzo multi y transdisciplinario) se enfoca la problemática del hombre y de la mujer de hoy, y todo confluye en la necesaria solidaridad que debe impelernos como científicos a voltear nuestra mirada hacia un mundo sufriente. Para decirlo con palabras del maestro Edgar Morin: “Una sociedad no puede progresar en complejidad más que progresando en solidaridad…”.

Aquí está de nuevo nuestra ofrenda en medio de la incertidumbre. Sus ideas tal vez generen nuevos bucles epistémicos. Ergo, ignotos desasosiegos.
      

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