Por: Ricardo Gil Otaiza.
Suele decirse, no sin razón, que la vida imita al arte. Pues bien, amigos, en la frase poética se dan de manera simultánea “Ritmo, imagen y sentido”, sin los cuales no habría la poesía tal y como la conocemos, nos lo recuerda el gran escritor mexicano Octavio Paz. La vida como remedo de la literatura se mueve también bajo ciertos parámetros, que hacen de ella un “todo” autárquico, que se cierra sobre sí mismo, sin cuya perfección la realidad perdería su razón de ser. La pandemia ha tenido el efecto social de modificar el ritmo de las cosas, pero no así la imagen y el sentido. O lo que es lo mismo: la existencia de pronto ha perdido su métrica para hacerse más prosaica. Es decir, más humana.
La ausencia del ritmo de siempre y su impronta avasallante derivada de la cultura de masas, de repente se transforma en algo más profundo, más conectado con lo interior, más intrínsecamente superior al de antes, porque representa la imagen y el sentido.
Sin duda, la pandemia cambia a paso acelerado nuestras vidas. De estar insertos en un mundo dinámico, atosigado de calle y de ruidos, del ir de aquí a allá, de vérnoslas con amigos y compañeros de trabajo, pasamos al extremo de la quietud sin previo aviso. De la noche a la mañana nos vimos obligados a resguardarnos en nuestros hogares, sin otro contacto con el mundo que la tecnología digital, o las furtivas salidas para la compra de alimentos y de medicinas. No nos extrañe, pues, que a muchos corresponda (y con urgencia) aprender el exquisito arte de la convivencia familiar. No es lo mismo estar en casa unas horas, que durante todo el día, sorteando entre todos, grandes y chicos, los altibajos propios de un encierro, que se torna dramático en la medida que pasa el tiempo, y cuya vislumbre no es nada halagüeña. Y si a esto aunamos las posibles refriegas producto de los distintos caracteres, humores y miedos, pues ya me dirán si no se hace imperativo este nuevo aprendizaje, que no teníamos en lista.
Sin embargo, hay otros a quienes nos corresponde aprender a vivir con nosotros mismos, ya que la diáspora obligó al resto de los miembros del clan a emigrar hacia otros destinos. No es nada fácil entendérnoslas con nuestro Yo, que clama a cada instante atención y un sosiego que sólo podrá dárnoslos la introspección, es decir, el mirar hacia dentro de nosotros, el auscultar en donde anidan la razón y los sentimientos, para hallar la raíz de nuestra esencia más profunda. Sin duda, queridos amigos, un ejercicio de verdadero estoicismo.
La sociedad y el mundo cambian y el no estar preparados para esto en lo personal y familiar, podría desencadenar una auténtica hecatombe existencial. El refugio en la espiritualidad, en la lectura y en la reflexión, entre otras alternativas, podría ser una herramienta de ayuda para quienes enfrentamos la pandemia sin el cobijo de los otros. De igual manera, la tolerancia y el amor entre los miembros de la familia serán útiles para agigantar la relación y así llegar al final de la crisis fortalecidos, pero además dispuestos a sortear el destino.
Desde el ahora
Quizás no hemos tomado conciencia aún de que todo esto pasará, y así como de la noche a la mañana nos vimos obligados a confinarnos en nuestros hogares, para detener la propagación del virus, llegará también el momento de reanudar nuestras vidas: el trabajo, las relaciones de amistad, el ir y venir en calles y avenidas; los muchachos al colegio, las compras en el mall... En fin: todo eso a lo que llamamos cotidianidad. ¿A corto o a mediano plazo? No lo sabemos, pero llegará, porque nada en este mundo es eterno y la vida fluye como el caudal de un río portentoso que va a dar al mar. Si bien todo esto ha sido un constante aprendizaje, por tratarse de una situación inédita en nuestras vidas, el regresar a la corriente de la existencia requerirá también el que revisemos unas cuantas premisas, que nos permitan reinsertarnos renovados, lúcidos, con la mirada diáfana en un mundo sin fronteras que aguarda por nosotros.
No obstante, amigos, el prepararnos deberá ser desde el presente, no hay otro momento; es éste con el único que contamos. Un filósofo dijo alguna una vez que no existen el pasado ni el futuro, sino que desde nuestro “ahora” caminamos, y al hacerlo vamos abriendo ese espacio al que desde siempre llamamos vida, en un continuum, en un perenne insistir, en un esfuerzo delicioso (a veces no tanto) por construir la realidad. El poeta Antonio Macho así lo versificó: caminante no hay camino, se hace camino al andar.
En otras palabras, llegó el momento de reinventarnos para lo que vendrá, de remozar nuestro rostro, de fortalecer nuestras emociones, de construir eso que hace ya muchos años nuestros abuelos llamaron con el perfecto y poético vocablo de templanza, y que nosotros de alguna manera dejamos olvidado en el viejo diccionario. Ingente tarea, sin duda, porque requiere de empeño, de pasión, de disciplina y de muchas ganas de arrancarle a la existencia nuevas y prometedoras páginas para nuestra historia personal, familiar y colectiva. Empecemos, pues, el mañana es también el ahora.
@GilOtaiza
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