Por: Ricardo Gil Otaiza
XXXV
Sueños de antes en el esplendor de
mis días, cuando miraba al mun-
do sin temor. Atrás quedaron cosas
por hacer, promesas rotas,
caminos no transitados y otros per-
didos en el trastero de la memoria.
Me decanto en el verso, me afano en
sus designios y es entonces cuando
alcanzo a ver más allá del presente.
La mirada cambia como lo hace la
piel, y en ese mudar de espejos la rea-
lidad trasciende al deseo para hacer-
se ignota y profunda.
La edad es necesariamente recuento,
es ir en sentido inverso y explorar el ayer;
es reinventar un poco la historia creyendo
dejar zanjados los haberes, como si con
eso pudiésemos recomponer pedazos
de nosotros desperdigados para siempre.
Qué solos vamos quedando, huérfanos
tal vez de ilusiones, exánimes de tan-
to trajinar, cargados de triunfos y de-
rrotas. La vida pareciera una ruleta
que con cada giro nos jugamos todo,
incluso la noción de un paraíso; del
Ser y del ahora.
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