Por: Ricardo Gil Otaiza
Poema XXXIII
ennegrece la tarde y ya todo
es bruma, como si el día cansado
de fatigar las horas quisiera irse a
dormir. Bandadas de loros gritan
aquí y allá su asombro, y en su batir
de pesadas alas van dejando regada una
extraña alegría
todo se va sosegando, cada cosa to-
ma su lugar, las sombras se insta-
lan en el alma y dejan las
puertas abiertas a la espesura de
la noche. Los libros bostezan su
sueño y pliegan sus alas, el cansan-
cio ya no redime lo que cuentan,
el día se apaga y con él empeños
y esfuerzos
vuelta a la nada del sueño, a sus
álgidos espejismos, a la entrega calla-
da de lo que somos; o de lo que pronto
seremos. Tal vez héroes consumados
de idílicas batallas, o víctimas su-
frientes de mil vicisitudes, nunca la
grávida estela de la realidad, que nos
salva del infortunio, o rompe para
siempre el paraíso
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
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