El país político


 Por: Ricardo Gil Otaiza

El país político

    Una pequeña porción del país fue a las cuestionadas elecciones parlamentarias del domingo 6 de diciembre. No sé si quienes votaron lo hicieron con la convicción de estar eligiendo a los representantes de una Asamblea Nacional, o lo hicieron arriados por otras consideraciones (amenazas, presiones políticas, temor a ser excluidos de las dádivas del estado, u otros). Como se suponía, los representantes del oficialismo se quedaron con casi todos los curules, mientras que un pequeñísimo porcentaje de la torta se repartió entre los representantes de una supuesta oposición, que estaban en la contienda para hacerle el juego al gobierno (aquí llamados “alacranes”). Los pocos oposicionistas que de veras se postularon con la esperanza de darle un giro a la tragedia nacional (conozco varios), y lo hicieron con dignidad y su frente en alto, no alcanzaron el objetivo. Mientras tanto, algunos de los “líderes” quienes hasta hace algunos días se rasgaban las vestiduras diciendo a voz en grito que era posible ganarle al gobierno, y le dieron a ciegas un voto de confianza al sistema electoral, hoy inundan las redes con reclamos altisonantes y con amenazas de introducir querellas por las irregularidades que según ellos observaron en muchos centros de votación.

    En el medio de toda esta contienda estamos la mayoría de los venezolanos, enfermos de tanta falacia y doblez, hartos de dos décadas en las que vimos cómo el país se desmoronaba hasta llegar a los niveles de deterioro y miseria que hoy ostenta, frente a la mirada atónita del mundo. Una mayoría que no le cree ni el Padrenuestro de rodillas a los oficialistas, pero tampoco a los opositores, quienes teniendo muchas oportunidades a lo largo de todo este tiempo para revertir el caos y reestablecer la institucionalidad, no lo hicieron, y en su lugar se prestaron a un juego macabro y camaleónico con los resultados que hoy todos conocemos. Una mayoría que ya no cree en redentores, ni en salvadores, ni en ególatras que logran conjugar simpatías para venderlas al mayor postor, y luego largarse a un “exilio” con la promesa de resolver a la distancia (y a control remoto) lo que no les dio la gana (o no tuvieron las agallas ni la inteligencia) de hacer en persona. Una mayoría que sufre los embates de una monstruosa crisis económica que destruyó el signo monetario, que acabó con las industrias y las empresas, que liquidó a la clase media y nos convirtió en seres de lástima que requerimos con urgencia de ayuda humanitaria para sobrevivir.

    Se avizoran tempestades a partir de enero. Ya en campaña algunos de los jefes oficialistas adelantaron lo que vendrá una vez que tomen posesión de sus curules. Y ya no importará que decenas de países deslegitimen el proceso (como ya está sucediendo), porque por encima de todo habrá cacería de brujas (que ellos llaman justicia), y aquí más de uno tendrá que salir por los caminos verdes y “patitas pa qué te tengo” para no ir al pote por quién sabe cuánto tiempo. Aunque mal parezca, los candidatos oficiales más emblemáticos no prometieron leyes para frenar la hiperinflación, la crisis y la emergencia, para adecentar la educación, para regularizar la producción de gas y de gasolina, para dar prioridad a la alimentación y a la salud. No, no, no. La promesa reiterada en entrevistas y en debates fue en esencia echarle el guante a los denominados apátridas y vende-patria, que “buscaron una intervención armada de parte de los EEUU”. Suena más a venganza que a otra cosa.

    Los venezolanos anhelamos el reencuentro con el país que perdimos: que cesen ya los perversos factores que hacen posible la espiral inflacionaria que nos tiene contra la soga; que se reestablezca la institucionalidad, el equilibrio y el respeto entre los poderes públicos; que termine la persecución política, la criminalización y la cárcel para los opositores; que se abran los caminos para procesos electorales creíbles y transparentes; que el país político le dé paso al país de las grandes realizaciones en todos los órdenes de su acontecer; que retorne la esperanza perdida y que la gran mayoría de los millones de ciudadanos que tuvieron que emigrar por diversas razones, puedan ver en Venezuela un espacio para realizar sus sueños y regresen para emprender la compleja tarea de reconstrucción, que no será fácil, pero tampoco imposible porque otras naciones lo hicieron con éxito.


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