Por: Ricardo Gil Otaiza
Poema XVII
el trinar de las aves, el certero rayo de sol
en mi rostro al amanecer, los sonidos
del mundo; la remezón del despertar
de la aurora. Desentrañar las entumecidas
articulaciones, escuchar su crocante ronroneo,
saberse vivo; la noción de un nuevo día.
Sin duda, un portento, estar aquí en el
ahora, ser parte de una misma corrien-
te; ser cauce y ser río
el desayuno sobre la mesa, el tinto
a más no poder, leer una que otra
noticia del desvarío del mundo, asom-
brarse y seguir; marchar a paso firme
sobre los huesos de los antepasados,
no detener las horas, buscar en el maletín
la tarea pendiente, sentirse parte de la
vida y su fluir. Reconocerse en el espe-
jo sin temor al asombro, ver caer so-
bre sí la escarcha del tiempo
todo, todo acaece, lo bueno y lo malo, el
ir y venir, la luz y la sombra, la mirada
furtiva en el otro; la pérdida de la inocen-
cia, el extravío de la sensatez. Salir a la calle
y perder la identidad, ser masa y amorfo,
fundirse en la oscuridad a plena luz
del día, no saber quiénes somos; regresar
agotados y vacíos al caer la tarde
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
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