Por: Ricardo Gil Otaiza
Poema XIV
muestras el rostro pero escondes la
pasión. Maquinas en las sombras,
fustigas velado, pero clavas con saña
el puñal hasta que ves con placer el hueso
en el otro. Nada perdonas, todo arreba-
ta, buscas con encono acallar el brillo
y opacar la luz, mientras tu oponente
yace incólume y sosegado; quizás inmu-
ne a tu desgracia
defiendes un lugar, pero nada te perte-
nece; nada cabe en los pequeños seres.
Tocar el cielo es tarea de dioses, y ellos
son excluyentes: en sus
días de ocio dejan caer de sus mesas
migajas de eternidad, y tú, ávido de
sueños, crees poder alcanzarlas
nada yace bajo el sol. Todo es ilusión
y desierto. La vida es lumbre seca
que agoniza en la madrugada. Aurora
y ocaso son tenue intermiten-
cia. Mira tu rostro y comprueba
que no es el mismo a cada instante.
Eres y no eres.
Un espejismo cualquiera
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
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