Por: Ricardo Gil Otaiza
Poema XXII
mi voz te nombra en el silencio de las
cosas, sorteo sin fuerzas tu ausencia,
nada podrá ya cerrar en mí tantas bre-
chas, estás y no estás; te has hecho
memoria.
abrázame, que aún mi llama
palpita, en mi pecho crece la pasión y
me desborda. El lecho está vacío, mucho es-
pacio para mí, los libros no sacian el
fragor, son fríos y callados, ajenos a mis
ansias. Ven en este instante, la vida es
el ahora, halla en mí tu sombra y con-
mueve para siempre la razón. Necesito
tu presencia, tener tu aliento en mi rostro,
sentir que contigo se funde lo que anhelo
y lo que soy
ven, comparte mi cuerpo, que
sobren las palabras y se altere el tiempo;
detengamos para siempre el ahora y hagá-
monos eternos. Busca en mí tu espejo y
escuchemos la canción; todo en ella es un
oráculo que con hilos muy sutiles nos dibuja.
Ven, penetremos sinuosos los caminos, quite-
mos el polvo de los pies, miremos con
cautela los fantasmas y cerremos ya la
puerta al desvarío. Ven, las horas no
se detienen; su isócrono andar intimida
y sus claroscuros abrazan las sombras.
Ven, aquí estoy, quien yace en mí te
aguarda, y ya nada detendrá una historia
escrita para dos
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
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