Por: Ricardo Gil Otaiza
Poema XXIX
el niño dentro no enmudece, y a
cada instante nos lleva a su encuen-
tro. En rápida estampida nos
deja acezantes con sus juegos, has-
ta callar si desoímos su voz. Ca-
da mañana se echa a andar con
pasos inseguros, recuerda los sue-
ños, y una punzada de alegría se
instala como si existiera un nuevo
día; como si no fueran acaso la
isócrona repetición de ayeres
imposibles
el niño dentro nos fatiga, sus ím-
petus son rémoras del paraíso,
su fuerza avasallante nos dice una
y otra vez que el renacer es a cada ins-
tante, cuando olvidamos la piel,
cuando la mirada se acristala de pa-
sión, cuando el poder incontenible
de mil hombres acontece en el
ahora; cuando acariciamos con ilu-
sión los sueños hasta perderse en el
horizonte. Cada anochecer se acuesta
tranquilo, esperanzado, ávido de bata-
llas, como si la vida no fuera acaso
un espejo deformante, que hace de noso-
tros y de todo, reflejo y sombra
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
0 Comentarios:
Publicar un comentario