Por: Ricardo Gil Otaiza
XLIV
tarde decembrina, sol en picada, vien-
to fresco de los montes para mecer el
alma. Busco en tu luz la huella del
ayer y el don es otorgado, pero
nada es igual y hiere profundo la emo-
ción hasta el atajo de la madrugada.
Una copa basta para saciar la sed
cuando un mundo se acaba, no im-
portan los atavismos si yace el
recuerdo y la añoranza
mira aquí mi pecho, en él palpitan
las ansias; hambre hay de sobra
en quien quedó vacío. Anuda
pues el lazo, haz conmigo histo-
ria, recorre así el camino ligero de
equipaje. Échate al mundo, no mi-
res atrás, nada de lo dejado podrá
devolverte el destino
apresura el paso, ya las nubes
grises despuntan en la tarde, y no
habrá excusa posible frente al desva-
río. Calma tu fuero, cede a las
lágrimas, empina la mirada más
allá de tu hora. El ocaso urge,
el cielo clama, las aves nocturnas
pronto dejarán sus nidos
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
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