Por: Ricardo Gil Otaiza
Poema XXVI
aquí estoy, tiempo después: sumo lo vivido
y deshago lo confuso, aro con mis manos
surcos profundos a pesar de la tormenta
y del olvido. Tengo al frente el espejo y a
mi propio rostro y nada hallo en él salvo
viejas cicatrices que se ahondan con
inquina, que acechan en lo ido, que como
tizones ardientes se hacen memoria
y allí callan a pesar de sus gritos
aquí estoy: cabalgo las horas, hago
eco de la nada y trastoco con rubor sus
oscuros territorios, socavo aquí y allá en
espesas neblinas y descubro callejones y
senderos que llevan al vacío. He hecho tan-
to y tan poco que apresuro el latido; empino
mi voz en la noche y busco dentro el hálito
que enciende tu rostro, hasta que cansado
entro en llanto y me conmuevo en su dolor
qué terrible luce todo cuando el oráculo
calla; cuando la mirada no ve más allá de las
horas, cuando el afanarse de la vida se hace
sinuoso y oscuro; cuando desoímos el
susurro de las voces y nos entregamos iner-
mes a la batalla; cuando la espera se hace
eterna y en ella muere la esperanza
Tomado de mi poemario inédito Lumen El fuego interior
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